Capítulo 7 | Unilateral.

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De rodillas en el suelo y con la mano sobre mi pecho, las lágrimas cesaron.

Cuando por fin pude llamar a Kala, el sol casi estaba en el centro del cielo; sería mediodía pronto, eso lo había aprendido de Agus. No estaba de ánimos para volar, así que Kala me brindó su silenciosa compañía mientras caminábamos. Ella sabía leerme. No buscó jugarme ni insistió en volar; sabía que necesitaba tranquilidad. Me odié por mostrarme de esa forma ante ella, pero tampoco entendía lo que sentía y no podía explicarlo con otra palabra que no fuera «dolor». Cuando estuvimos cerca del barranco, Kala me trasladó en un vuelo manso.

La caminata hacia el palacio estuvo llena de congoja. Habían pasado unas pocas horas, pero, aun así, todo parecía diferente; no sabría cómo ponerlo en palabras que se pudieran entender, aunque sí podía decir que, ante mis ojos, todo había cambiado. El bosque estaba hermoso —como siempre—, pero diferente.

De más está decir que mis enrojecidos ojos no me dieron un respiro. Estaba tan ajeno a la realidad que recién me percaté de que estaba dentro del palacio cuando apoyé la cabeza contra la ventana. Evidentemente el fangoso pantano de emociones indescriptibles y pensamientos desordenados me había hecho bajar la guardia.

Como si lo hubiese llamado con el pensamiento, Balderik se hizo presente. Haciendo la digna entrada de un príncipe egocéntrico y sin el más mínimo respeto, abrió la puerta de mi habitación con una patada. Apenas alcancé a borrar el rastro de mis lágrimas, para mi pesar; Balderik era experto en notar el más mínimo detalle, una cualidad que solo usaba para molestarme.

— ¡Mírate! ¡Llorando cuando apenas me has visto! ¿Tanto me temes?

Balderik había sido criado bajo el yugo del rey. Era frío, despiadado y un tanto sádico; carecía de sentido del humor y siempre era divertido molestarlo cuando estaba sin el rey, no porque fuera cobarde, sino porque así Balderik era mucho más débil de carácter.

La tristeza me regaló un poderío con tintes de enojo que no había tenido nunca. No quería que nadie me molestase; no estaba de humor para malos tratos ni groserías. Quería estar solo, y como mi hermano menor no lo entendía, hice uso del sarcasmo y la ironía mis mejores aliados.

— ¡Bienvenido, príncipe Bal! —con esas palabras encendí la suspicacia de mi hermano.

— ¿Bal? ¡Ese es el nombre de un elfo indigno!

— ¡Oh, no! ¡Ese es el nombre que tienes, uno de reemplazo!

Estaba siendo cruel y no me gustaba, pero el enojo estaba aflorando desde mi garganta... No, esta vez era más profundo: brotaban de mi corazón, y no podía detenerme.

Serendipia | Me encontróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora