Capítulo | 6 Volver.

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Llovió toda la noche. Dormimos en el suelo, y gracias a que en salidas anteriores habíamos abastecido de leña la cueva, no morimos de frío y pudimos secar nuestra ropa.

Bueno, en realidad no logré conciliar el sueño.

El efecto del limón pasaría pronto; por eso comí otro, para seguir de mi tamaño actual.

También pensé en que habían pasado dos días desde que salí del palacio. «¿Ya habrán notado mi ausencia?». «¿Balderik ya habrá ideado otro castigo junto al rey?». «¿Mamá volvió a cubrir mi ausencia?» Eran muchas dudas las que me daban vueltas por la cabeza. Si Silas estuviera aquí sabría qué palabras decir para que me sintiera mejor. En días como estos, cuando todo estaba alborotado en mí, se notaba cuánta falta me hacía; todo era más soportable cuando él estaba aquí.

Debía regresar, pero tampoco quería irme. ¿Qué sería de Agus? No era como si disfrutara la compañía, pero no se había ido. Aunque tampoco parecía que quisiera a un elfo siguiéndolo. Mi corazón no podía medirse cuando de él se trataba; mis sentimientos avanzaban de prisa, considerando el poco tiempo que habíamos pasado juntos.

Suspiré profundamente, y, tratando de infundirme aliento, hablé conmigo mismo. Me dije: «De acuerdo, Valerian, debes decidir qué hacer en poco tiempo. Cuando regreses, Su Majestad estará esperando para castigarte una vez más». Sería más fácil no ser yo; si solo fuera un elfo del montón, podría seguir a Agus sin pensar en volver.

Estaba sentado en la entrada de la cueva desde mucho antes de que el sol saliera. Con el alba, el bosque se llenaba de vida. Los pájaros trinaban, y aunque la lluvia había mojado cada recoveco del bosque, los restos de lluvia en los árboles, el pasto y los arbustos atravesados por los primeros rayos del sol hacían del bosque un lugar de ensueño.

No había decidido qué hacer cuando el eco de la voz tosca de Agus me hizo salir de mis pensamientos.

—No duermes, ¿eh? — su voz se escuchó profunda en oscuridad.

—No pude. ¿Qué hay de ti? — respondí conteniendo la emoción de que él había comenzado la conversación.

—Bien.

—No hablas mucho, ¿no?

— ¿Qué esperabas? No somos amigos — Refutó.

Cada vez que Agus me lanzaba palabras duras, se me formaba un nudo en la garganta y una opresión en el pecho. Mamá me lo había advertido, pero no sabía que podría sentir tanta angustia por querer a alguien. Aunque mis sentimientos me lastimaban, eran hermosos; crecían a la velocidad de una bola de nieve, y por momentos me sentía amenazado por ellos.

Serendipia | Me encontróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora