Los últimos días estuve junto a mi hermana. Aster estuvo abasteciéndonos de carne, frutas y vegetales de una forma casi innecesaria; dijo que provenían de una suerte de depósito en el bosque y que ella solo tomó la oportunidad que se le presentó.
Decidí que le echaría un vistazo luego para evitar que nos metiera en líos. Salí, después del almuerzo, hacia el lugar que ella me indicó.
Era cierto: había un depósito camuflado y blindado a la perfección, lo que me dejaba bastante claro que Aster había absorbido los consejos que Nui le había impartido o que estaba completamente loca. Más adelante estaba el campamento militar al que esto pertenecía. Eché un vistazo más de cerca y oí la acusación; el sonido venía del bosque.
— ¡Ladrón!
Giré para encontrarme con una brisa que recorría con mansedumbre las copas de los árboles. La voz provenía de todos lados y de ninguno a la vez, lo que me decía que estaba en frente de un hada.
— ¿Quién eres?
Desde la copa del árbol que estaba frente a mí un hada de cabello verde, largo y trenzado se hizo presente. Se acercó cada vez más a mí. La máscara que cubría la mitad de mi rostro me infundía algo de seguridad.
Seguridad que se desplomó cuando él vio mis ojos y se acercó tanto hasta que logró acorralarme contra la pared del depósito.
—Tus ojos... —dijo y, sin más, me pateó.
— ¿Qué demonios? —gruñí, tumbado en el suelo.
— ¿Asustado? —se burló el hada.
—Desconcertado —mascullé.
—Déjame explicarte: soy un hada; eso quiere decir que tengo una conexión natural con el bosque y, por supuesto, con cualquier elemento que provenga de él. Para que lo entiendas: en el momento que pateé tu insignificante cuerpo, manipulé la consistencia de la madera para que pudiese atravesar sin romperla.
Aún estaba algo turbado. Ahora que lo miraba con detenimiento, a juzgar por la vestimenta y armadura, esta hada pertenecía a las fuerzas de Nesgigthai, pero debía tener un alto rango.
Aunque el golpe de la caída aún me dolía, me incorporé y me senté con lentitud.
—Te lo preguntaré una vez más: ¿quién eres? —inquirí.
—Tu peor pesadilla.
— ¿De dónde sacas esas frases hechas? —no pude contener la risa.
—Ríe todo lo que quieras. Vamos, Agustín, ríe todo lo que quieras porque, de ahora en más, ya no lo harás —el tono en su voz fue escalofriante, pero lo fue aún más el modo en el que pronunció mi nombre.
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Serendipia | Me encontró
Fantasía¡Hoy será un buen día!... ¿Para caer en las piernas de alguien? Val y Agus, dos caras de la misma moneda se encuentran en el bosque, pero por razones completamente distintas, uno para cumplir con su trabajo, el otro por mera curiosidad. Uno está ma...