capítulo | 12 Alas.

789 146 22
                                    




¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.




Había pasado unos días en el palacio y las ganas de salir estaban volviendo a hacer nido en mi cabeza.

Hanna había sido encargada de mi seguridad desde que tenía doce años; ella era un poco mayor, pero había aplicado para seguridad real. Y aquí estaba a salvo de los posibles conflictos que pudieran estallar.

Para hacerlo breve: después de que dejó mi cabello y parte del suyo de color naranja, nos hicimos cercanos; y por supuesto le conté lo que mamá me había dicho, de mis ganas de conocer más en profundidad mi historia y de mis ansias por salir. Habíamos pasado la tarde en el balcón comiendo nueces desde que Simón, su compañero, se fue. Hanna era de personalidad fresca, optimista y tenía buen humor. Las horas con ella se iban rápidamente; la noche nos encontró allí. Y siempre podía confiar en su complicidad; la prueba de ello me llegó con el amanecer.

— ¡Vaya! —Exclamó Hanna—. ¡Así que esa es la razón por la siempre fueron así! Acabo de recordar que el pesado se irá por un tiempo; su padre está enfermo, o algo así. Podría ayudarte a salir como aquella vez.

—Gracias, sería de mucha ayuda.

—Dame un poco de tiempo para buscar algo que te servirá mucho. —Se levantó decidida y salió corriendo la habitación.

Le hice compañía a la luna, pensando en esos amantes que estaban juntos allá arriba.

Tenía el corazón repleto de Agus, pero estaba comenzando a aprender a vivir con ello, aunque el vacío en el pecho era aún muy notable. Entré a dormir cuando el sueño se apoderó de mí luego de tirar el dolor al aire. Las noches eran más tranquilas y caía en un sueño profundo, pero los días seguían siendo amargos. Agus era lo último en mis pensamientos y lo primero en llegar a mí en la mañana.

Hanna llegó como un huracán: intempestiva y fuerte.

— ¡Despierta, Val!

— ¡Hanna, es muy temprano! —me quejé.

— ¡Vamos! —Exclamó— ¡La reina está en camino!

Aún no terminaba de espabilarme y ya tocaban la puerta. Ella se apresuró a abrir y recibió la bandeja con un desayuno digno de un príncipe que solían darme.

Mamá entró y despidió a la sirvienta en la puerta. Me senté en la cama y noté que Hanna había traído mucho caos consigo: pieles, papiros y muchas otras cosas.

—Buenos días, hijo.

—Buenos días, mamá. Espero que Hanna no te haya causado molestias.

— ¡Claro que no! Todo lo que trajo fue con mi autorización, aunque lo más importante le pertenece a ella —me hablaba a mí, pero observaba a Hanna con complicidad.

Serendipia | Me encontróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora