Capítulo 14 | Nesgigthai.

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Los ojos acechantes de Kala permanecieron inmóviles sobre su rival. Se volvió hacia mí por su lado derecho. Confiaba en ella, sabía que me protegería sin importar qué, pero me preocupaba que Kala no contase con sus dos ojos. Ser ciega no le había resultado un impedimento; sin embargo, desde pequeña ella no se había enfrentado a otro dragón.

El bosque no era su terreno y, aunque lo fuera, las posibilidades de batallar asegurando la victoria eran pocas; en consecuencia, Kala se estaba probando a sí misma.

En ese momento eran dos bestias con instintos fieros; no obstante, yo veía la lealtad hecha carne en Kala, que se estaba jugando la vida por mí. La idea de perderla me desgarraba por dentro.

Intenté detenerla, pero el dragón del bosque se acercó dando una bocanada que parecía que engulliría la cabeza de Kala, pero ella fue más astuta: se coló por las patas delanteras del contrincante y trepó hasta que estuvo en el lomo de su rival. Pegado al árbol, absorto y con el cuerpo paralizado, observé como Kala lo mordía, lo rasgaba con sus garras y usaba su cola como un látigo. Rugidos de ira y dolor llegaban a mí en forma de vientos violentos que dejaban un zumbido en los oídos que me mortificaba.

No lo admití cuando la vi, ni cuando Henry me advirtió que ya no era un cachorro; ni siquiera cuando le hizo frente a la bestia del color del bosque. Ahora no podía negar que Kala había crecido mucho más que treinta centímetros. Los recuerdos que atesoraba de ella cuando era apenas una cachorra nublaban mi juicio, que me llamaba a alejarla del peligro. Kala peleaba con todas sus fuerzas, pero el enemigo tenía mucho a su favor.

—¡Kala! —grité. Por fin mi cuerpo obedeció las órdenes de mi cerebro, pero no sabía que el precio sería muy caro: Kala se distrajo con mi grito y el dragón verde mordió una de sus patas y la arrojó hacía unos árboles; comprendí entonces que, si mataba a Kala, lo haría con saña y crueldad. El impacto del cuerpo de Kala rompió los troncos de los árboles. Ella no reaccionó de inmediato; eso fue suficiente para terminar de nublarme el juicio. Corrí hacia ella.

¿Has tenido la sensación de ser increíblemente desdichado? Así me sentía. Todo lo que era preciado para mí terminaba por alejarse. Estaba al borde de la locura. No podía perderla, me negaba.

Me tumbé junto a ella.

—¡Perdóname, Kala! ¡Lo siento tanto! ¡Perdóname por no protegerte, por obligarte a venir conmigo y ponerte en las garras de este dragón!

Sentí un olor fuerte; el animal del bosque poseía un aliento venenoso. Moriría, pero ya nada importaba.

Como sea. Kala era orgullosa y no se daría por vencida tan fácilmente.

Serendipia | Me encontróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora