Capítulo 28 | Meinmna.

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El cambio en el clima, en la vegetación y en el suelo fue inmediato. Meinmna nos recibía con tierra rocosa con tonos grises que se mezclaban con rojos discretos que aparecían de vez en cuando.

Durante el poco tiempo que llevábamos fuera de Nesgigthai, Kala parecía no acostumbrarse a su nuevo tamaño; trepaba desde el bolso de Valerian hasta sus hombros, de allí se deslizaba por su pecho para ir por último a su espalda, cruzándose por debajo del brazo del elfo. Era un irritante vaivén que Valerian toleraba con paciencia maternal y que Silas ignoraba porque tenía la cabeza en otro lado.

—Oye, hada, ¿qué tienes? —le pregunté.

—No hay vegetación con la que pueda comunicarme con Nesgigthai.

—Estás preocupado por lo que dijo Nui, ¿verdad? —la culpabilidad en los ojos del elfo se había transformado en algo común en él, pero cuando hacía preguntas la culpa era casi tangible.

—No puedo engañarte, ¿cierto, cariño?

Valerian no respondió. Eso me hizo intervenir de inmediato.

—Tampoco es como si estuvieras haciendo un buen trabajo en ocultarlo —dije con toda la intención de molestarlo.

—Tampoco estaba intentando esconderlo —respondió molesto.

Los primeros kilómetros de Meinmna fueron solo de tierra sin vida; solo encontramos algún insecto y un ave rapaz que, después de mucho andar, se convirtió en algunos relieves. Más tarde, caminamos por un laberinto natural de enormes rocas.

La tensión de antes se había disipado y ahora solo caminaba escuchando el eco de la conversación de mis dos acompañantes; hablaban sobre un tal Elex.

— ¿Alguna vez has estado aquí? —Silas notó mi silencio y supongo que quiso hacerme parte de la conversación. Empezaba a agradarme.

—Sí. Un par de veces.

—Yo estoy ansioso —sumó Valerian. Sonrió mientras se frotaba las palmas de las manos.

—Lo sé, cariño —fue la respuesta del hada, quien acarició el cabello de Valerian. Eso me recordó que yo también lo había hecho.

Los ojos de Silas comenzaron a recorrer todo el espacio alrededor.

— ¿Silas? —Valerian lo llamó con suavidad.

Él respondió con un gesto de silencio; su comportamiento no era normal y comenzaba a inquietarnos. Siguió su búsqueda; caminó unos metros hacia atrás y nos señaló el interior de una cueva.

Sacó de su bolsa una de las flores que había utilizado para iluminar el refugio donde había saciado mi lujuria con el elfo y la encendió. Una rosa salvaje de color naranja creció dentro de la minúscula cueva.

Serendipia | Me encontróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora