Capítulo 31 | Su inconfundible aroma.

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El día llegó junto con los aromas a las sales de baño que la dueña de la posada donde nos hospedábamos nos proveía cada día cuando hacía la limpieza; y Valerian estaba usándolas desde muy temprano. Un vaho sutil a cítrico se mezclaba con los demás aromas; era realmente agradable. Terminé de despertarme y me bajé de la cama para dirigirme hacia la mesa, no sin antes mirar el casi imperceptible vapor que salía de las rendijas de la puerta del baño e inhalar profundamente el perfume que salía de allí.

El hada ya estaba preparando el desayuno. Se acercó con una taza y una tetera con una infusión dulce de sabor suave y relajante.

—Luces horrible —dijo sin siquiera saludarme.

—Tu igual —respondí. Usualmente era como nos dábamos los buenos días.

Apenas salido del baño, Valerian nos hizo saber que partiría de inmediato cuando terminara su desayuno; quería pasar todo el tiempo que pudiera con Kala.

—Iré contigo —solté sin pensarlo, y ambos posaron su mirada en mi desaliñado aspecto mañanero.

—Pueden irse tranquilos. Cariño, ve a conocer el lugar, ya que Agustín estuvo antes aquí antes. Yo descansaré —dijo Silas con ademanes de cansancio.

—Desayuna primero, Valerian —sugerí sin darme cuenta de que actuaba como el hada. Lo más raro fue que él obedeció. Cuando terminó, le agradeció a Silas con un «estuvo delicioso».

El aroma a cítricos seguía en el aire. Me inquietaba y me aceleraba el corazón con la misma facilidad que en aquella ocasión; la diferencia era que estaba dispuesto a no cometer el mismo agravio contra el elfo una vez más. Todo de mí quería confesarle lo ocurrido y, claro, disculparme con él, pero no podía decirlo y ya. Abandoné esos pensamientos y continué disfrutando de lo que Silas había dejado en la mesa para nosotros. Terminamos el desayuno sin prisa y nos dispusimos a marcharnos.

Antes de salir, Valerian preparó su bolso, como de costumbre.

—Ve primero. Solo debo tomar mis cosas; iré de inmediato. —Valerian salió con la inocencia de un niño, quizás porque no se había percatado de su aroma.

—Seré directo contigo: ¿por qué quieres acompañarlo? —los instintos afilados de Silas me atacaron una vez más.

—Porque no debe estar solo. Asumo que ya notaste su aroma, también. Podría estar en peligro si anda deambulando solo por ahí. En el peor de los casos, si su celo se adelantase...

— ¡Ni lo digas! ¡Date prisa y ve con él! —me interrumpió el hada.

Me detuve en la puerta y le pregunté una vez más si nos acompañaría. Él me respondió que estaba cansado por el día anterior y que sus pies lo estaban matando de dolor; supuse que esto se debía a que se había acostumbrado a moverse sobre un caballo.

Serendipia | Me encontróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora