Capítulo 24 | Miradas.

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Los últimos días ya no me sentí tanto un prisionero; poco a poco había empezado a estar más a gusto en ese campamento.

Valerian estaba guardando reposo la mayor parte del tiempo, pero en ocasiones salía a compartir con los demás. Se organizaban grandes fogatas donde los que estaban de servicio eran excluidos; Val, Silas y yo estábamos presentes en todas. Valerian tenía tan poca resistencia al alcohol que, a menudo, cuando no se retiraba por su cuenta, era yo quien terminaba llevándolo hasta su tienda, y de paso lo alejaba de posibles acosadores que se aprovechaban de su estado de ebriedad, para halagar la belleza del elfo con ademanes de caricias que Valerian rechazaba.

La noche antes de regresar a Ammges, el elfo abandonó la fogata sin haber bebido una gota de vino; lo vi alejarse hasta que entró en a la tienda. Silas tomó su lugar a mi lado.

—Déjalo despejar su mente. En la mañana, antes de hablar con él, pasaré por ti.

No dejó que le respondiera nada y se marchó también. Seguí bebiendo con los soldados y escuchando sus hazañas; se sentía un ambiente de confianza y respeto. Fui a dormir cuando ya quedaban pocos hombres allí; me dormí de inmediato.

La mañana siguiente llegó a mí con el golpe de una toalla en mi rostro.

— ¡Lávate y sígueme! —El hada no parecía querer darme privacidad; se sentó a comer una pera mientras yo me preparaba—. Cuando estemos con Val, tú esperarás afuera.

—Está bien.

—Podrías mostrar más entusiasmo, ¿no crees?

—Me despertaste arrojándome una toalla, agradece que no te golpeé —repliqué.

—Sí, como digas. Ahora apresúrate.

—Vamos.

— ¡Diablos, Agustín! ¡Te ves del carajo por la mañana! — afirmó sonriendo mientras sus ojos paseaban por todo mi cuerpo.

—Es la última advertencia, hada; una palabra más y te romperé esa bonita nariz tuya— dije frotándome el rostro con ambas manos.

—Me agrada tu sentido del humor. ¡Como si pudieras! —rio, alardeando de sus músculos.

Llegamos a la tienda de Valerian y Silas ingresó, dejándome del otro lado de la puerta.

En el interior, Valerian parecía estar guardando sus pertenencias. Por un instante, el silencio fue absoluto.

—Cariño, ¿estás seguro?

—Sí —respondió Valerian—. Iré para tranquilizar a mamá, y también por el mapa.

Serendipia | Me encontróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora