Capítulo 35 | Acortando distancias.

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Observé cómo Agus se recostó en la cama y se frotó los ojos de espaldas a nosotros; Silas me dijo que lo dejara acostumbrarse a que ya no estaba solo. Suponía que no debía ser fácil para alguien como Agus; la soledad no es algo que podamos cargar por mucho tiempo. Él había estado alejado incluso de su propia hermana. Toda una vida de estar apartado en un calabozo oscuro había sido quebrada de repente por dos sujetos que prácticamente lo habían obligado; no podía dejar de sentirme culpable. Silas debió haberse dado cuenta de mis pensamientos ya que, cuando le devolví la mirada, él me hizo un gesto con la cabeza como de «ve y habla con él».

Caminé hasta su cama, pero él se mantuvo inmóvil.

— ¿Estás bien?

— ¿Por qué no lo estaría? —masculló.

—Es cierto, tú siempre estás bien. Me alegra escucharlo. —En realidad, me gustaba más la idea que Agus se estaba abriendo más a nosotros.

— ¿Tú estás bien? —me preguntó. Me pareció algo tierno.

—Sí —me demoré en responder, por eso él volteó a verme

— ¿Estás seguro, Valerian? —Se sentó en la cama y clavó sus ojos serios en mi cara por unos segundos.

—Oh, claro. Solo quería mantener el misterio.

—Muy bien, señor misterio, ¿ya vas a darme mi obsequio? —Inclinó la cabeza del lado derecho y sus ojos bicolor penetraron mi existencia una vez más.

—Será mejor en la mañana. Ahora descansemos. —Me levanté tan tranquilo como mi corazón me lo permitía. Estaba huyendo de él, de su olor, de su mirada ardiente y abrazadora.

— ¿Lo dicen en serio? —reclamó molesto.

—Soy el «señor Misterio» después de todo —respondí con sorna.

Oí su risa de frustración detrás de mí y me entregué al sueño.

El sol iluminó la habitación, particularmente la cama de Agustín; acariciaba su piel dormida como todas las mañanas, y esa no era la excepción. Agus era el último que se levantaba, así que era común que lo hiciera cuando los aromas del desayuno ya estaban más que instalados en el cuarto. Silas volvió a cocinar tan alegre como siempre y sus manos se movieron dóciles mientras me enseñaba a preparar panqueques de limón.

Agus se movió aún somnoliento y se terminó de despertar cuando estuvo en la mesa. Sentí su mirada en mí. Me gustaba cuando él estaba en medio del mundo de los sueños y el real; era totalmente distraído. Sabía que me estaba mirando, lo sentía; y aproveché cada segundo de sus ojos en mí. Estaba concentrado en mi labor de «hacedor de panqueques», pero me divertía mirarlo de soslayo y cerciorarme de que todavía me estuviera viendo. «Mirar» es diferente de «ver» y él me veía.

Serendipia | Me encontróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora