Prefacio

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Edimburgo seis meses atrás.

Dolor.

Es lo único que puedo percibir, escucho las voces a mi alrededor como si se tratara de un sueño confuso, muchas voces hablan al mismo tiempo sin embargo no entiendo lo que dicen, intento abrir los ojos pero no lo consigo.

Siento mi corazón golpear en mi pecho con fuerza y rapidez, el dolor se hace intenso, acusante, no puedo hacer nada por detenerlo, ni siquiera puedo moverme, no soy consiente de mi cuerpo.

—Paciente en paro...

Ese grito sobresale entre el murmullo de voces incomprensibles, no tengo idea que pasa a mi alrededor, quiero gritar de frustración mientras siento que me ahogo y los retumbos dolorosos de mi corazón hacen eco estrepitosamente en mi interior.

Estás muriendo.

Mi propia voz me habla al oído, se escucha con nitidez pero me niego a creerle.

No puedo morir, no puedo dejarla.

Mis latidos se hacen mas dolorosos, un intenso pitido me lastima los oídos, el color no me gusta, es angustiante y desesperado. Me ahogo, no tengo oxígeno, el eco de los latidos es imparable, el dolor comienza a difuminarse y de pronto todo se queda en silencio, todo está oscuro.

Vas a dejar de sufrir.

Me niego, no quiero aceptarlo, me obligo a abrir los ojos y lo consigo pero preferiría no haberlo hecho. Miro a mi alrededor, es un maldito quirófano de hospital, individuos corren de un lado a otro cubiertos de pies a cabeza, solo se logran ver sus ojos.

Odio los hospitales.

¿Por qué mierda estoy aquí?

Intento hablarle al primero que se me cruza por enfrente pero no encuentro mi voz, no puedo hablar y eso me desespera porque parece que nadie se percata de mi presencia, todos fijan su atención al sujeto conectado a múltiples aparatos.

—Desfibrilador...

Pide una voz urgente pero no sé de quién ha salido. Me acerco a la escena hipnotizado por lo que mis ojos acaban de percibir. Me veo a mi mismo tendido en esa camilla, sé que soy yo porque reconozco mi cuerpo y mis tatuajes a pesar de la sangre y las heridas.

Me quedo petrificado mirando mi rostro desfigurado por la inflamación y el tubo que sale de mi boca mientras uno de los individuos pega algo sobre mi pecho de lado derecho y a un costado del izquierdo.

—Despejen...

Mi cuerpo inerte se eleva un par centímetros y vuelve a descender, no sucede nada, no reacciona.

No reacciono.

El médico con las paletas en las manos revisa el monitor que sigue marcando una línea irregular y hace sonar el pitido incesante y lastimoso. La orden de despejar resuena, el cirujano coloca de nuevo el artefacto sobre las placas pegadas a mi piel y da otra descarga que hace brincar levemente mi cuerpo.

No pasa nada. El pitido se hace plano poco a poco mientras dan otra descarga pero en el monitor ahora sólo se aprecia una línea continua. 

—Asistolia...

No entiendo lo que significa esa palabra pero sus rostros tensos me inquietan, intento gritar de rabia y frustración pero ni un sonido sale de mi boca.

—Adrenalina —pide la voz sin dueño.

Quiero ordenarle al maldito bastardo que yace sobre la camilla que reaccione cuando uno de los individuos comienza hacer RCP. No soy un jodido imbécil débil, no lo soy aunque mi padre me lo gritó en la cara las veces que quiso.

No lo soy.

Aprieto los puños, la rabia me hace querer golpear mi cuerpo pero no lo consigo.

Reacciona maldita sea. —Lo grito en mi mente tan fuerte que no entiendo cómo es que no me escucho a mi mismo.

No puedes dejarla sola bastardo —grito sin cesar, no pasa nada pero ellos no desisten, continúan intentando reanimar el cuerpo mientras me observo.

Estoy muerto, lo sé.

Los minutos pasan, los médicos insisten pero puedo percibir en sus miradas que sabe que ya han perdido la batalla. El monitor sigue marcando una línea y el pitido plano continúa.

Se dieron por vencidos.

Maldigo para mis adentros rehusándome a aceptar lo que es más que evidente. El cirujano se separa de la camilla y los demás le siguen, dejan los instrumentos que tenían en las manos y una pregunta me aprieta un nudo en la garganta.

—¿Hora de la defunción?

—10:47 pm.

El médico asiente y se aleja, mi desesperación crece, no puede irse, debe intentarlo una vez más. Quiero obligarlo a regresar pero de nuevo es inútil.

No puede dejarme morir —grito aunque no logre hacer sonido alguno, golpeo el pecho del mal nacido inerte en la camilla, no soy yo, yo no me rendiría tan fácilmente.

—¡Reacciona maldito! —me grito a mi mismo—. Hazlo por ella.

Un beep me congela en mi lugar, miro al monitor en el que ahora la línea ya no es plana. Mas beeps, los médicos regresan apresurados a la camilla y sonrío viendo como retoman sus lugares y una lluvia de órdenes incomprensibles se arremolinan en mis oídos.

Mi vista se vuelve borrosa y siento algo tirar de mí, me doy un último vistazo y de pronto todo se queda en blanco.

El espacio que me rodea es tan claro y luminoso pero por algún motivo no me lastima la vista, no escucho nada ni veo nada a mi alrededor, no sé dónde estoy ni porque estoy aquí pero se siente bien.

Camino por el espacio inmaculado hasta que aparece en mi vista un piano negro, sonrío, no sé porqué lo hago pero me da una extraña sensación de bienestar al rozar el teclado con mis dedos.

Tomo asiento en el banquillo y mis manos se mueven automáticas a las teclas, no sé que hago ni que me impulsa, mi mente está en blanco pero me siento tranquilo y en paz en este lugar.

RESPLANDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora