EPÍLOGO

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Ömar.

—Eso ha sido muy hermoso Ömar —murmura Sara dándome una sonrisa triste—, es bueno que abras tu corazón y saques todo lo que has cargado en silencio durante estos años.

No respondo a sus palabras, me limito a guardar las hojas en el bolsillo interno de mi saco.

—¿Te parece bien si agendo tu cita para el próximo mes? Pero sabes que puedes venir cuando sea que lo necesites, así sea solo para recostarte en el diván en silencio.

—Está bien, Sara. —Me pongo de pie de inmediato, ya he estado mucho tiempo en su consultorio y comienzo a sentirme fastidiado de su compañía, como suelo sentirme en general con todos los que me rodean, excepto ellas y él.

—Nos vemos después. —Me ofrece su mano para estrecharla, la miro dos segundos antes de tomarla y presionarla apenas un instante.

Salgo del consultorio de la psicóloga y abordo mi auto, le hago una señal a Fajúl para que nos vayamos, él sabe mi itinerario, no necesito darle explicaciones. Contesto un par de correos electrónicos de la sede en Londres mientras el vehículo avanza por las calles de Dubái, hasta ingresar en los terrenos de mi casa.

Desde que pongo un pie en el recibidor escucho la música, se repite una y otra vez, todos los días, desde hace un año. Voy directo al salón donde sé que las voy a encontrar, una detrás del piano negro y otra frente a un bastidor con lienzo. Mis dos princesas. Beso la coronilla de Ava que me da una sonrisa resplandeciente y continúa en lo suyo, en la pintura de Nath que intenta replicar, en base a la que yo hice hace casi siete años.

Después me dirijo a la fuente de la música que me lapida el alma, pero no impido que ella la toque una y otra vez. Levanta el rostro cuando nota mi presencia a su lado, sus ojos azules me examinan y le sonrío a pesar de lo dolorosa que es esa mirada, idéntica a la de ella. Coloco un beso en su frente y la dejo continuar, salgo del salón y me dirijo a mi oficina, necesito un momento a solas, a pesar de los años, la mirada de Farah nunca dejará de tener un impacto demoledor en mí.

Abro la carpeta que contiene las fotos que nos tomamos juntos en ese último viaje y las paso una a una, recordando el lugar, el momento y lo que platicábamos al instante de hacer esa fotografía, mientras mi dedo repasa el contorno del tatuaje sobre mi pecho. «Resplendissant». Eso fue en nuestra vida, un resplandor entre las penumbras de nuestra existencia y como se lo dije en la suite de Francia, sin ella, todo es tinieblas.

Pero sin él, nada tiene sentido. Sin él, las tinieblas ni siquiera existen, solo hay un inmenso limbo en el cual navego sin sentido desde hace cinco años. Las tengo a ellas y lo tengo a él, pero ni siquiera mis hijos pueden darme una pequeña tregua al dolor que sigue latiendo en mi alma, sobrevivo por ellos, pero solo eso. Sobrevivo.

—Hola, Ava me dijo que ya habías llegado.

Bajo la pantalla de la laptop y la miro, entra tímidamente en la oficina y se recarga en el borde del escritorio, a mi lado.

—Hace cinco minutos —respondo en voz baja.

—Estaba pensando en hacer un viaje familiar, creo que es un buen momento para que los niños comiencen a conocer el mundo y también...

—Nahid —murmuro—, si quieres viajar con ellos puedes hacerlo, quizás Frederika quiera acompañarlos, pero no cuentes conmigo —determino.

—Habibi —susurra deslizando una mano por mi brazo—, han pasado cinco años, es momento de recuperar tu vida.

Su mano llega hasta mi cuello y lo acaricia, inconscientemente la mía viaja hasta ese punto, para retirar sutilmente su dedo que frota el borde de mi mentón.

RESPLANDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora