Capítulo 1

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¡Por fin!

Colapsé en el banco del parque Frontier casi sin esfuerzo, incapaz de continuar caminando mucho más. Apenas había logrado alejarme de casa unos 200 metros, distancia suficiente para no tener que pensar en las cajas que todavía quedaban por desempacar. Media docena para ser exacta. Casi todas rebosantes de libros y algunos objetos decorativos, las pocas cosas que llevaba conmigo cuando decidí tomar un trabajo en otra ciudad.

Las mudanzas eran realmente lo peor del trabajo. Por supuesto que ya lo sabía y por eso hacía ya varios años que había abandonado la idea de quejarme. La paga era demasiado buena y no podía negar que me emocionaba un poco la idea de conocer distintas ciudades y personas.

—Así que esto es Erie, eh. —Era la tercera ciudad en los últimos tres años y definitivamente la primera que podía definirse como mediana.

A simple vista no parecía tan malo. El parque se extendía más allá de mis ojos, cubierto por césped tupido y de un verde brillante, posiblemente gracias al clima benigno de octubre. Algunos árboles que se erigían estratégicamente cerca de los pocos bancos, los senderos serpenteaban limpios y prolijos en varias direcciones. De fondo, las casas bajas con sus autos costosos aparcados en la calle.

No, no parecía tan malo. Era, después de todo, el mejor barrio de la ciudad (o eso me había dicho el agente de bienes raíces), aunque tampoco encontraba nada que, a simple vista, me emocione conocer.

La sensación de apatía no llegaba a ser familiar todavía, pero no me sobresalté cuando me invadió. Me había sentido así días atrás al llegar a la ciudad en mi auto atiborrado de cajas y con un sentimiento de entusiasmo que duró solo unos minutos.

¿Sería difícil tener una vida social en una ciudad donde el chisme es uno de los deportes por excelencia?

No quería pecar de prejuiciosa, pero sabía que mi estilo de vida podría no comulgar con los "valores" de una ciudad como esta.

Me sequé el sudor de la frente; quizás debía tratar de no pensar en ello. Ser positiva, como papá decía, y tratar de hacer amigos.

—Amigos —resoplé burlona. ¿Quién hace amigos nuevos después de los 25 años?

"No hay edad para hacer amigos", la voz jovial de papá me vino a la cabeza, haciéndome sonreír. Tenía que llamarlo y avisarle que ya estaba instalada en la nueva casa.

Podía intentar liberarme de esas ideas, me dije a mi misma. Seguramente habría gente interesante con la que pueda congeniar de alguna forma, solo tenía que encontrarla. Y si eso no sucedía, haría mi trabajo, cobraría mi cheque y en unos meses me largaría de aquí.

Alguien exhaló con vehemencia a mi lado, sobresaltándome por un segundo. Me volví y encontré a una mujer ocupando un lugar en el banco donde me sentaba.

—Perdona si te asusté. —Su voz sonó profunda, cansada casi como la mía aunque no había rastro de fatiga física en ella—. ¿Te molesta si me siento aquí?

—No, claro.

Poco habituada a situaciones como esta, me hice a un lado para dejarle espacio. Vivir en grandes ciudades, me di cuenta, le da a uno cierta sensación de anonimato, la posibilidad de pasar desapercibido. Normalmente disfrutaba de mi soledad en lugares como los parques, y las personas a mi alrededor hacían lo mismo; nadie esperaba conversar con extraños porque sí.

Miré a la mujer de reojo y ella asintió en silencio, agradeciendo. Se reclinó con los ojos cerrados, dejando que los rayos de sol que se colaban a través del follaje de los árboles rozaran su piel.

Al mirarla de nuevo, noté lo realmente bella que era. Labios carnosos y algo anchos pero que armonizaban muy bien con su rostro y llamativos ojos, alrededor de los cuales se mostraban los primeros signos de la edad. ¿Tendría unos 37 o 38 años? No estaba segura.

La distancia entre nosotras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora