Capítulo 4

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—¿Vienes a almorzar, Vanessa?

Habían pasado un par de semanas desde el café con Elise y las cosas no habían terminado muy amistosamente. Todo lo que ella había dicho me había crispado los nervios: desde subestimar mi experiencia, hasta considerarme una chiquilla entrometida. Desde luego que no albergaba ningún tipo de esperanza con ella (¿qué sentido tenía? Elise estaba casada y tenía una niña), pero a mi autoestima le habría venido muy bien saber que, al menos, ella me consideraba su par.

De ese día en adelante, me concentré fuertemente en los líderes que sí demostraron un interés genuino en colaborar conmigo y me relacioné con ella solamente para coordinar reuniones y mantener el ritmo de trabajo de forma de no atrasar mi agenda.

Por eso, al escucharla hacerme esa pregunta tuve que hacer un gran esfuerzo para no mostrarme completamente descolocada.

Miré a Elise, sentada en una de las mesas del comedor de la oficina, rodeada de algunos compañeros de su equipo. Louis estaba con ellos, y también Frances la nueva gerente de Finanzas que había comenzado a trabajar en la compañía esa mañana y ya estaba congeniando con el grupo.

Elise me devolvió una mirada gris–azulada, de esas que recuerdan a los ojos los personajes de las películas en blanco y negro. Calmos como el océano en la mañana, con miles de historias por contar.

—Tómate un descanso, Nessa —invitó Louis acercádome una silla.

—Lo siento, tengo... —pretendí ver la hora—. Tengo una reunión en unos minutos. Quizás otro día.

Segundos después me hundí en mi silla y oculté mi cabeza tras el monitor de mi notebook. Me puse los auriculares y pretendí que estaba sumergida en la conversación más importante de mi vida.

No es personal. Qué montón de mierda. 

Papá me llamó el fin de semana, y sorpresivamente, no más de 15 minutos después, estaba monologando acerca de lo sucedido

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Papá me llamó el fin de semana, y sorpresivamente, no más de 15 minutos después, estaba monologando acerca de lo sucedido. Él me dejó hablar, como siempre. Escuchó mis frustraciones, incluso fue capaz de aguantar mis blasfemias– algo que siempre criticó en mí. Sin preocuparlo, traté de expresar mis inquietudes, de poner en palabras lo sentía al vivir en un lugar como este, lo difícil que era tener una casa tan grande para mí sola.

—¿Y quieres que te cuente lo peor? La gente en la oficina me odia —me reí, para no llorar—. Jamás me importó porque nunca duraba más de un mes. Pero esto... —Exhalé ruidosamente—... nunca pasó.

—¿Quién podría odiarte, Nessie?

—Bueno, gracias a una mujer llamada Elise, tengo algunos enemigos en la oficina.

—No puede ser. —Papá siempre decía que mis ojos de muñeca y nariz de botón hacían que todo el mundo creyera que era adorable. Tenía, según él, el mismo rostro bondadoso de mamá. Y nadie odiaba a alguien cuya sonrisa podía iluminar una ciudad entera.

La distancia entre nosotras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora