Capítulo 9

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¿Era normal sentir las palmas de mis manos húmedas? ¿O mi corazón galopando dentro de mi pecho? No me parecía muy habitual estar tan ansiosa por el cumpleaños de una niña de 6 años.

Me daba la sensación de que hacía más de un minuto que estaba aquí, parada en el porche de la casa de Elise, tratando de encontrar cierta serenidad interior y tocar el timbre.

Se escuchaban voces provenientes de la casa, gente moviéndose, pero sobre todo niños corriendo. Parecía una fiesta concurrida.

Oh, dios mío. No seré la única persona de la oficina, ¿o sí? Pero, ¿y si hay otras personas de la oficina?

La poca calma que había logrado alcanzar, se desvaneció al instante.

¿Qué te pasa? ¿Desde cuándo tienes ansiedad social, Vanessa? Mi yo racional me reprendió. Tenía razón. Jamás me había sentido intimidada por rodearme de personas que no conocía.

Sacudiendo la cabeza, inspiré. El aire helado de la tarde entró por mis fosas nasales, despabilándome. Toqué el timbre e, inmediatamente, la puerta se abrió.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para disimular mi sorpresa al ver a Elise sonriéndome desde el interior. Desde luego que sería ella quien me recibiría, pero no esperaba verla tan cambiada.

—Hola, Vanessa —me saludó.

—E-Elise, hola... —tartamudeé como una tonta. Cerré la boca y tragué saliva—. Te ves... —«¿Hermosa? ¿Increíble? ¡Dí algo, por el amor de Dios!»—... muy bien.

Elise se colocó un mechón de su cabello, ahora rubio, detrás de la oreja—. ¿Sí? Creo que el estilista se tomó muchas libertades cuando le pedí "un cambio".

—Se ve genial.

Era más que genial, pero no encontraba una palabra en mi escaso vocabulario que pudiera hacerle justicia.

Su nueva melena, un poco más corta que ayer y con un fleco tipo francés, brillaba con tonos bellísimos, desde la luz del sol naciendo en un día de invierno, hasta los cálidos dorados rayos de una tarde de verano. Esos nuevos colores le daban a su rostro una luz que no tenía antes e iban muy bien con el vestido de punto verde petróleo que se pegaba a su cuerpo. Era discreto, de cuello alto, pero resaltaba su figura de una forma que cualquiera se hubiese girado al verla.

—Ven, pasa que está helado afuera.

Cuando ella se hizo a un lado para que pudiera entrar, me di cuenta de que su casa no estaba tan concurrida como imaginé. Unas 6 o 7 niñas pasaron corriendo escaleras arriba, todas ellas hablaban entre sí y daban pequeños grititos de emoción. Definitivamente sonaban como si fueran mucho más que 8.

—¡Oli, mira quién vino!

—¡Hola, Nessa! —La pequeña exclamó desde el primer piso, pero precipitó con sus amigas hacia lo que supuse sería su dormitorio.

—Lo siento, ella está... —Elise me dirigió una mirada culpable—... eufórica con sus amigas.

—No te preocupes. Yo estaría igual. —Desestimé su disculpa y extendí hacia ella una caja forrada con papel metalizado que ocultaba una bella muñeca de Moana—. Le traje algo.

Elise tomó la caja, risueña y agradecida—. Oh, Vanessa, no te hubieras molestado.

Me encogí de hombros. La verdad es que me había encantado ir de compras esa mañana. Tener un plan, algo que hacer. Sin mencionar que amaba las jugueterías y me enloquecía cada vez que entraba a alguna.

—Ven. Te presentaré al resto. —Elise tocó mi brazo, guiándome al interior de la casa.

Había algo muy natural en la forma en que se acercó a mí, llevándome hacia la cocina a donde estaban el resto de los adultos. Me pregunté si estaba siendo testigo de la verdadera Elise, de la que es cálida, amistosa, amable; de aquella que en la oficina era admirada y querida por muchos.

La distancia entre nosotras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora