Capítulo 11

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Desde la estupidez que cometí el sábado, no hubo una mañana donde no despertara pensando que todo había sido un sueño. Quería creer, con todo mi corazón, que nunca había besado a Elise y que simplemente había sido una pesadilla. Pero luego de un momento de vigilia, las imágenes se metían por la fuerza en mi cabeza y comprendía que todo había sido real.

Sus suaves labios sobre los míos, su mano acunando mi rostro y luego apartándose de mí. La disculpa en su mirada, cristalina como un manantial. El rechazo sutil, amable (porque si algo había descubierto de Elise en las últimas semanas es que podía ser un amor), pero presente y lacerante como un hierro ardiente en mi piel.

Y luego, sus palabras.

¿Por qué no me hablaste acerca de tus... preferencias?

Quería creer que ella no había sabido cómo vocalizar esa pregunta, cómo dirigirse a un tema en el que nunca se había visto involucrada, pero, ¿tenía que ser tan directa? Su pregunta me había hecho sentir tan mal conmigo misma como cuando, hace unos años atrás, no podía comprender qué sucedía conmigo. Después de terapia, descubrí que no tenía "preferencias", pues a lo largo de los años me había enamorado de distintas personas, hombres y mujeres. Por supuesto que había tenido "etapas" donde me había sentido más atraída hacia los primeros, pero en este momento de mi vida y especialmente después de Amanda, sentía más afinidad hacia mujeres y simplemente no estaba interesada en vincularme con hombres en general.

Por ese motivo, Elise y su pregunta me habían descolocado y molestado de esa forma. ¿Qué era lo que tenía que explicarle acerca de mis preferencias, como ella las llamaba?

Para el jueves, podía concluir que la semana no había sido tan "normal" como las anteriores.

Como Elise me aseguró el sábado, hizo todo lo posible para dejar el evento atrás, para olvidarlo y pretender que nunca había ocurrido. Nos encontrábamos en la kitchenette y me invitaba un café o me preguntaba por mi día; incluso se acercaba a mi cubículo con cierta regularidad para hacer alguna sugerencia para mejorar el plan de acción que habíamos armado para trabajar con el resto del equipo.

Pero yo no podía menos que retroceder ante su cercanía. Mis heridas, autoinflingidas por supuesto, aún estaban frescas y ella sin saberlo, era como la sal sobre ellas.

—¿Vanessa? —Su voz llegó a mi desde la entrada de mi box, sobresaltándome.

—¿Sí?

—Tenemos sesión.

Traté de no detenerme mucho en ella, de no notar su cabello cayendo en hermosas ondas sobre sus hombros o en el segundo botón de su camisa desabrochada que dejaba ver la piel blanca de su pecho y una cadenita de plata que brillaba sobre él.

Maldita sea.

—Enseguida voy.

La encontré minutos más tarde en la sala de reuniones del piso inferior, la sala de paredes cristal donde la había visto en Zoomers por primera vez.

—Te traje un café —anunció no tan alegremente como otras veces que me lo había ofrecido.

—Gracias.

Me senté en la silla opuesta y abrí mi notebook para dar inicio a una de nuestras sesiones de coaching. Había estado inquieta por nuestro primer encuentro luego del sábado y este era el principal motivo.

Sus ojos clavados en mí, su fragancia floral flotando cerca mío. Era un tortura.

Era incapaz de levantar la vista y observarla de frente pues recordaba mi estúpido impulso de besarla y sus palabras, y apenas podía sostenerle la mirada sin que mi rostro se encienda.

La distancia entre nosotras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora