—Hola, Vanessa...
Elise...
Tenía que admitir que había pensado en ella el fin de semana y hoy especialmente cuando conducía de regreso a Erie.
Había pensado en todo lo que había salido mal en los últimos días y me había roto la cabeza tratando de dilucidar cuál era la mejor manera de hablarle y por dónde empezar.
Sin embargo, ella había sido más rápida y, sobre todo, más valiente que yo. Y aquí estaba.
Envuelta en una parca con corderito y con un par de botas australianas, Elise se protegía del inclemente frío de diciembre observándome desde el porche. El viento nocturno, responsable de desordenar su cabello, había enrojecido la delicada piel de su rostro.
—¿Puedo pasar? —Su voz sonó tranquila aunque pude detectar cierta lejanía en ella. No me dirigió la cálida sonrisa a la que me había acostumbrado tanto, tampoco me dio ese tierno apretón en el brazo que me robaba el aliento.
—Sí, claro. —Sintiendo un nudo en la boca del estómago, me hice a un lado y cerré la puerta tras ella.
—Lamento si es tarde... —empezó, aunque se distrajo mirando alrededor antes de volverse hacia mí—. Nunca había estado en tu casa.
—No. —Me sentía cohibida y no sabía exactamente por qué.
Quizás era por el hecho de que le debía una disculpa y no había sido capaz de dar la vuelta a la esquina, tocar su puerta y hablar con ella. O quizás porque aún podía sentir sus labios en los míos y sabía que había cometido un error que posiblemente no podría enmendar.
—¿Quieres beber algo? Tengo vino, cerveza, café...
Elise se tomó unos segundos para responder, pero no precisamente porque no supiera qué elegir, si no porque no sabía si quedarse. Vi la duda en sus ojos, en sus manos entrelazadas frente a ella. Mi corazón dio un vuelco.
—Puedo hacerte un té si quieres —traté una vez más. Por favor, no te vayas.
—Un té está bien.
Solté el aire que había retenido en mi cuerpo y le di una suave sonrisa—. Ven, vamos a la cocina.
Ella me siguió sin decir demasiado y yo, sintiendo la necesidad de llenar ese vacío, me vi forzada a hablar de nuevo.
—¿Cómo está Oli?
—Bien. La dejé en casa de Cassie un rato. Mañana es día de jardín, así que no puedo demorarme mucho.
Puse a hervir el agua y, mientras esperamos, nos quedamos ahí. Ambas de pie, observándonos. Yo, por mi parte, juntando coraje para empezar.
—Elise, escucha, yo–
—Vine porque–
Hablamos al mismo tiempo y, aunque en otras circunstancias podría haber sido gracioso, hoy no lo era. Sentía mi corazón latir más rápido de lo normal.
—Antes que digas nada... —empecé, tratando de reunir algo de fortaleza y de mirarla a los ojos. aunque ella tenía la vista clavada en sus manos—. Quiero decirte que esta vez es mi turno de pedirte perdón. No debí hablarte de esa forma, no fue justo.
Ella asintió y dejó escapar un suspiro mientras se apoyaba en la encimera. Ni siquiera se había quitado el abrigo.
Tragué saliva.
—Tienes razón, no fue justo.
—En serio lo lamento.
—Sé que te he dado motivos para estar enfadada conmigo... Pero me disculpé por ello, confié en ti y te prometí que te ayudaría. Estoy haciendo todo lo que puedo... —Su voz tembló y Elise miró hacia cualquier lado, menos a mí y sentí mi corazón estrujarse en mi pecho.
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La distancia entre nosotras ©
RomanceIncapaz de soportar el dolor de su corazón roto, Vanessa decide aceptar un empleo en la remota ciudad de Erie, Pennsylvania, donde espera recuperarse de los estragos emocionales producto de su fallida relación con Amanda. Pero sus esperanzas de no v...