Capítulo 19

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—¿Qué haces aquí?

La noche estaba helada, más que de costumbre me atrevía a decir; bajo mis pies todavía había nieve de la última nevada. Sin embargo, las palabras de Elise se sintieron más gélidas que estar allí de pie, sin abrigo.

Toda la emoción y la ternura que ella usaba al hablarme, habían desaparecido. Era como volver a reencontrarme con la Elise que había conocido meses atrás. Distante, fría.

—Quería verte.

—Bueno, ya me viste. Solo avísame cuando quieras hablar. 

Comenzó a darse vuelta, para volver a entrar al taller, pero la detuve—. Elise, espera.

—¿Qué?

Sin pensarlo dos veces, di un salto para propulsarme del taburete y usé mis brazos para empujarme al otro lado de la cerca.

Con un ruido sordo aterricé en el jardín, la nieve crujió bajo mis pies y, enderezándome, busqué su mirada en la oscuridad.

A diferencia de cómo podría haber sido otras veces, ella no me ayudó, ni se acercó. Solo me observó con un gesto que me partió el corazón.

—¿Sabes que eso se puede considerar violación de propiedad privada?

—¿Llamarás a la policía? —Traté de alivianar el ambiente, pero fallé miserablemente.

Ella me observó con la misma expresión seca que antes—. No es gracioso.

Bajé la mirada, sintiéndome una tonta—. Lo sé. Solo... ¿Podemos hablar?

—¿No pensaste que podía estar ocupada? —Elise estaba en llamas, bloqueando todos mis intentos de penetrar sus muros.

—Sé que estás ocupada. —Crucé los brazos sobre mi pecho, no traía un abrigo y no era inmune a las bajas temperaturas de Erie en enero, mucho menos a su frialdad. Tenía los nudillos congelados.

Mordiendo el interior de su mejilla, me observó en silencio.

Por favor, no me eches

Podía ver la duda en sus ojos y odiaba que fuera así.

—Entremos —dijo por fin dando la vuelta y caminando hacia la casa.

La seguí de cerca, tomando sus palabras como un pequeño triunfo. La verdad era que no tenía derecho a pedirle nada, no después de cómo me había comportado.

Una vez adentro, me encontré con esa calidez que siempre había en su hogar. La tibieza me abrazó, así como también ese aroma tan característico que había allí. Me encantaba estar en su casa, me sentía tan a gusto, incluso en ese momento en el que sabía que había altas probabilidades de que todo terminara mal.

—Bueno, aquí estoy. ¿Qué querías decirme?

—Eli, yo...

Mientras buscaba la mejor manera de empezar, la observé quitarse el paño que envolvía su mano. Manchas escarlatas brillaban en la superficie.

—Estás sangrando.

—Si, me lastimé —resopló, haciendo una mueca de dolor.

—Te ayudo. —Como si me hubiese golpeado un rayo, me puse de pie y traté de acercarme.

Sin embargo, Elise mantuvo la distancia—. Estoy bien —. Fue al lavabo, donde sumergió su mano en agua tibia y lavó la sangre que manchaba su piel.

Suspiré, aceptando su lejanía. Tenía razón en estar enfadada, pero yo quería hacer lo posible por revertir eso.

—Eli... Yo... —Tentativamente, di un paso en su dirección y esta vez ella no se alejó, lo que me dio cierto alivio. Despacio, la ayudé a enrollar la manga de su camiseta para que no se moje—. Siento no haberte respondido.

La distancia entre nosotras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora