—Nessa, ¿estás dormida?
Escuché los pasos de Elise, suaves como algodón, detenerse detrás de la puerta cerrada del estudio y luego de un gentil golpe, se asomó dentro.
—¿Qué haces despierta? Son pasadas las once.
Eran las 11.14 pm para ser exacta. No me sentía cansada en lo más mínimo.
Luego de una cena que transcurrió en el más pesado de los silencios (a excepción de Oli con su incansable naturaleza inquisitiva) decidí irme a la cama. Sin embargo, no había podido dejar de pensar en todo lo que Bianca me había dicho. Preocupada y temerosa, no había parado de girar incesantemente sobre el colchón y enredarme con las sábanas, por lo que opté por hacer algo más útil con mi tiempo.
—Preparo la maleta para mañana.
Elise me miró curiosa pero no me detuve demasiado en ella. Había pasado la última hora llorando en silencio sin siquiera saber exactamente por qué y no quería que notara mis ojos enrojecidos.
—Trajiste tres prendas, ¿cuánto tiempo necesitas para armar la valija? —En su pregunta, noté un atisbo de diversión.
—Es que no quiero perder tiempo mañana.
Un silencio, denso como aire húmedo, cayó sobre nosotras.
Escuché a Elise suspirar, entrar a la habitación y cerrar la puerta tras ella. Decidida, se acercó y, por el rabillo del ojo, noté su cuerpo erguido y su vista clavada en mí.
—¿Qué sucede?
—Nada. ¿Por qué?
—Vanessa... —Elise me detuvo por el brazo y despacio me giró hacia ella, obligándome a mirarla—. ¿Qué sucede?
¿Cómo podía empezar a explicarle que me sentía completamente conflictuada, que no quería dejarla y perder lo que teníamos? Porque eso era exactamente lo que sucedería. La distancia sería un obstáculo, uno cada vez más grande conforme el tiempo siga pasando. No lo decía yo. Era estadística pura.
—Nada.
—Por dios, eres pésima mintiendo. —Me soltó, frustrada, pero trató de obtener alguna pista revelada en mi rostro—. ¿Alguno de mis padres dijo algo?
—¡No! —Nada malo al menos, nada que yo no supiera.
Elise se cruzó de brazos—. ¿Me vas a hacer adivinar?
—No.
Eli miró alrededor, como si esperara ver una cámara oculta en algún lugar y esto fuera una especie de broma televisiva.
—Vanessa... —suspiró y regresó sus manos a mis hombros, de donde me sostuvo firmemente para que no pudiera escapar—. Es casi medianoche. Claramente estás disgustada por algo. Estoy aquí y no me dices qué pasa. ¿Esperas que me quede hasta que me hables o hasta que te ruegue?
La miré molesta. Por supuesto que no quería que me ruegue. Simplemente no quería hablar de lo que pasaba, porque ni siquiera yo estaba segura qué era o cómo explicarle. ¿Por qué no podía simplemente olvidarlo y pretender que estaba bien? ¿Acaso quería discutir?
—No te pedí que estés aquí —carraspeé, manteniendo baja la voz—. Tu madre nos preparó habitaciones separadas.
Elise se apartó seria. Una expresión que no extrañaba en ella—. No me vengas con eso. Quería pasar tiempo contigo y te encuentro así. Y encima me tratas mal. ¿Qué demonios sucede?
—Nada —repetí obstinada.
—Mira Vanessa... —Ella suspiró, se frotó la frente y volvió sus ojos a los míos. Vi los círculos grises alrededor de ellos, su cabello desordenado, sus hombros ligeramente caídos—. No estoy de humor, ¿de acuerdo? Estoy cansada. Me la pasé corriendo de aquí para allá, lidiando con mi hermano y mintiéndole a mi madre al respecto. Vas a decirme qué te pasa o volveré a mi habitación.
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La distancia entre nosotras ©
RomansaIncapaz de soportar el dolor de su corazón roto, Vanessa decide aceptar un empleo en la remota ciudad de Erie, Pennsylvania, donde espera recuperarse de los estragos emocionales producto de su fallida relación con Amanda. Pero sus esperanzas de no v...