—¿Quieres entrar?
La voz semi-susurrada de Elise me sacó de mi ensimismamiento y giré mi cabeza en su dirección mientras mi estómago se convertía en gelatina.
Ella salió de la habitación donde su padre ya estaba descansando, mientras yo esperaba en el corredor a que ella le entregara una muda de ropa y algunas de sus pertenencias que había pedido luego de la intervención.
La angioplastía había sucedido sin el menor inconveniente y, luego de que Elise y su madre regresaran a la casa a almorzar, Bianca se ofreció a cuidar de Olivia para que yo pudiera acompañar a su hija.
—Erm, no lo sé... —Imaginaba que el pobre hombre quería que lo dejaran en paz luego de haber estado sedado la mayor parte de la mañana. Seguramente lo último que quería era recibir a una extraña en su habitación.
—Él preguntó por ti.
Una ola de calor atravesó mi cuerpo; duró solo un instante pues una fina capa de sudor hizo su aparición, dándome escalofríos.
Elise extendió su mano y, con algunas dudas, la tomé.
—No tienes que tenerle miedo a mi padre —dijo apenas en un susurro. Si bien había entrecerrado la puerta al salir tuvo el cuidado para que su padre no la oyera.
—¿Ah, no? —Dejé escapar una risa nerviosa y arreglé mi cabello que se había enredado un poco gracias a la ventisca de afuera. Marzo en Ohio era tan frío como en Chicago.
—Si lograste sobrevivir a mi madre, papá será pan comido.
La miré con los ojos enormes y mi corazón acelerándose en mi pecho—. ¿Qué?
Para mi sorpresa, Elise rió y me besó suavemente en los labios—. Eres adorable.
—¡No me hagas esas bromas! —respiré algo aliviada, dándole un suave golpe en el hombro como reprimenda—. ¿Quieres que me dé algo o qué?
—Deja de ser tan exagerada y entra de una vez. —Me palmeó el trasero y se apartó de mi lado—. Yo iré a buscar un café, ¿quieres uno?
—Con whisky, por favor.
Elise puso los ojos en blanco e, ignorando mi pedido de socorro, se alejó por el corredor mientras yo ingresaba a la habitación con un nudo en la boca del estómago.
Con cada paso que daba, más pesados sentía mis pies; cómo si se hubieran convertido en dos bloques de concreto de una tonelada cada uno.
—Adelante, no hay necesidad de ser tímida. —Escuché una voz masculina llamarme. Era un hipnótico barítono dueño de cierta musicalidad que me resultaba extrañamente familiar, aunque era literalmente imposible.
Pasé el pequeño umbral y encontré a un hombre de setenta-y-largos descansando plácidamente en una cama. Su cabello, besado aún por tonalidades doradas y cobrizas, estaba peinado prolijamente hacia atrás. Apenas una sombra de barba oscurecía sus mejillas y sus ojos, tan claros y penetrantes como los de Elise, se fijaron en mí.
—Hola. —
"Hola", le dijiste. Parecía una niña de 5 años.
—Tú debes ser Vanessa —empezó él, entrelazando sus manos sobre su regazo. Para ser alguien que acababa de ser sometido a un procedimiento médico lo veía sorprendentemente atento y presente.
—Sí. Es un placer... —La mente se me puso en blanco. ¿Cómo no recordaba el nombre? No, no era eso. Elise no me lo había dicho. ¡Mierda!
—Oscar —terminó él. Sus labios suprimieron una sonrisa. Al menos uno de los dos encontraba cómica la situación—. También es un placer, Vanessa. ¿Te llaman así?
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La distancia entre nosotras ©
RomansaIncapaz de soportar el dolor de su corazón roto, Vanessa decide aceptar un empleo en la remota ciudad de Erie, Pennsylvania, donde espera recuperarse de los estragos emocionales producto de su fallida relación con Amanda. Pero sus esperanzas de no v...