Los últimos ochenta metros hasta su casa los hicimos corriendo bajo una nevada que amenazaba con caer desde temprano y que finalmente se hizo presente. Entre risas nos precipitamos por la acera lo más rápido que pudimos considerando que una fina capa de escarcha la cubría y tanto ella como yo usábamos tacones.
Una vez resguardadas de la noche helada la tibieza de la sala nos envolvió como un manto y, para no enfriarnos más, nos quitamos los abrigos y los zapatos. Mis dedos se relajaron ante la libertad y dejé escapar un pequeño gemido de placer.
—Odio los tacones —me excusé cuando me dirigió una mirada entretenida.
—Pues, te ves muy bien en ellos.
Decidí pasar por alto el cumplido y dejar mi bolso y las bandejas limpias en el foyer.
—A costa de mucho sufrimiento... Y accidentes, no lo olvides —respondí, recordando el primer día que la vi en Zoomers; me había caído de cara al piso.
Elise dejó escapar una risa de lo profundo de su cuerpo, era grave, rica y llenaba bellamente la habitación. También lo recordaba—. Dios santo, creí que te habías roto algo ese día.
—¿Por qué te ríes? Yo quería morirme.
—¿Por qué? Todos tenemos pequeños accidentes. —Recogió su cabello en un rodete algo desordenado y se calzó con unas pantuflas de corderito.
—Me daba vergüenza que me veas desparramada en el piso como un pollo deshuesado.
—Ay, tú sí que eres exagerada.
—¡No lo soy! —protesté entre risas.
—Traeré algo para beber y los chocolates —respondió dirigiéndose a la cocina—. ¿Café, vino?
—¿Con chocolate? Mejor café.
—Buena elección.
Mientras preparaba las bebidas, me dirigí a la sala donde un hermoso fuego crepitaba en la estufa hogar. La cálida luz se proyectaba sobre los muebles y superficies y, al acercarme un poco más, sentí el cosquilleo en mi piel producto de no haber entrado en calor todavía.
En una esquina del sofá, vi un ovillo de pelo negro que se elevaba y descendía con cada suave respiración.
—Hola, Pepper... Hace mucho que no te veía... —Despacio me acerqué a ella quien, al notar un humano potencial portador de caricias, rodó sobre su espalda y me mostró su pancita peluda.
Me reí. Se comportaba como un perro atrapado en el cuerpo de un gato.
—¿Pepper está ahí? —Escuché a Elise preguntarme, algo preocupada.
—Sí, aquí está... —Con cuidado de no asustarla, me senté a su lado, acaricié sus patitas y luego su pecho. Su ronroneo produjo una suave vibración en mis dedos—. ¿No eres de lo más adorable?
—¿Ya está panza arriba? —Elise apareció con dos tazas y una caja bajo el brazo; los famosos chocolates—. No puedo creer lo atrevida que es.
—Pues, si fuese un gato yo también esperaría que me adoren como a una deidad.
—No lo dudo.
A pesar de notarla algo cansada, su rostro reflejaba serenidad. Había visto pocas veces esa expresión en ella, pero la recordaba muy bien cuando me había mostrado su taller. Elise se sentó a mi lado, provocando que Pepper huyera, claramente sintiendo que su paz había sido interrumpida.
Me alcanzó mi taza y arrojó sobre nuestras piernas la manta tejida que decoraba el respaldo del sofá.
—No pensarás que nos comeremos la caja completa, ¿verdad? —pregunté al ver la caja abierta que presentó frente a mi ojos.
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La distancia entre nosotras ©
RomanceIncapaz de soportar el dolor de su corazón roto, Vanessa decide aceptar un empleo en la remota ciudad de Erie, Pennsylvania, donde espera recuperarse de los estragos emocionales producto de su fallida relación con Amanda. Pero sus esperanzas de no v...