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Cuando las flores comenzaron, Stiles sabía que su muerte era inevitable.

Habían muy pocas curas conocidas para la enfermedad de Hanahaki, y ninguna parecía una buena opción para la afligida mente de Stiles.

Solo existían dos opciones y ninguna podía ayudarlo. La primera era la más conocida o al menos la más aceptada. Si confesaba su amor, era una cuestión de vida o muerte; en caso de ser aceptado las flores dejarían de crecer y comenzarían a marchitarse hasta el punto de desaparecer, sería como si nunca hubiesen estado ahí realmente. Pero en caso de ser rechazado, la enfermedad se aceleraría y los pétalos crecerían hasta convertirse en capullos que florecerían dentro de su pecho, aplastando sus pulmones y asfixiándolo poco a poco. Sus espinas crecerían hasta perforar su corazón, después de todo, la enfermedad de Hanahaki se alimentaba de la desesperación y angustia que uno siente cuando se trata de un amor no correspondido.

Pero la idea de que todos esos pétalos en sus pulmones crecerían y se unirían en posibles enredaderas llenas de espinas que solo existirían con el fin de matarlo, hizo que el corazón de Stiles se apretara.

Por un momento, pensó en su madre.

La única otra opción para sobrevivir sería extirparlos quirúrgicamente. Sin embargo, al eliminar las flores, la capacidad de enamorarse nuevamente se eliminaría. Los doctores no estaban seguros de por qué eliminarlas por la fuerza causaba tales problemas, ni siquiera sabían de dónde provenía la enfermedad.

A pesar de todos los avances médicos, nadie pudo encontrar nada nuevo, excepto la creación de una píldora que ayudaba a disminuir el dolor. No lo hacía desaparecer pero al menos era una ayuda, la píldora les compraba más tiempo de vida.

A veces los efectos de eliminar los pétalos eran distintos, algunas personas perderían la capacidad de enamorarse nuevamente de la persona que los hizo sufrir, otros no podrían volver a enamorarse nunca más, algunos pocos perderían todas las memorias donde su enamorado estuviese involucrado o dejarían sus recuerdos pero lo borrarían a él, y luego existía el efecto secundario que más sorprendió pero que era muy raro de ver, y ese era perder la capacidad de volver a sentir.

De vez en cuando, los pétalos se extraían y junto a ellos se llevaban todos los sentimientos y emociones de la persona.

La mayoría de ellos se suicidaban luego de realizarse la operación.

No pudo evitar fruncir el ceño ante el pequeño puñado de pétalos rosados en el fregadero. Aunque habían menos de seis, Stiles sabía que en muy poco tiempo, el lavado del baño probablemente estaría lleno de ellos. Abrió el grifo y empujó los pétalos al agua que se arremolinaba, mirándolos girar y flotar por un momento antes de ser succionados por el desagüe.

Había buscado distintos testimonios de personas que padecieron la enfermedad y cada uno había sido distinto en sus tiempos. Algunos tosían sangre en los primeros días mientras que otros lo hacían después de semanas. Su propia madre había tardado meses en sangrar.

Stiles siguió mirando los pétalos irse por el desagüe, limpios de sangre. Pensó que era afortunado.

Soy demasiado joven para morir.

Leaving my love behind - SterekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora