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Cuando Stiles regresa esa tarde de la primaria, su madre está tumbada sobre el sofá y las pertenencias de su padre han desaparecido.

Se levanta cuando lo oye entrar, con una expresión ilegible, y Stiles desconfía de la tensa atmósfera que se siente, cierra la puerta con cuidado y entra. —¿Qué está pasando? —pregunta suavemente.

Claudia se encoge de hombros. —Nos tomamos un descanso —se deja caer sobre el sofá, sus extremidades extendidas en todas direcciones. —Me siento un poco triste, pero también se siente realmente... liberador —una sonrisa aparece en su rostro y Stiles la mira con preocupación.

—Mamá, ¿estás segura de que te sientes bien? —la idea de que podría tener fiebre pasa por su mente e intenta buscar pétalos en el suelo para ver si su condición ha empeorado. Él no encuentra nada.

—Sí, estoy mejor de lo que he estado en años —se levanta del sofá de nuevo, con los ojos brillantes, amplios y vivos, más vivos de lo que la había visto en meses. —Deberíamos hacer algo. Deberíamos... deberíamos hacer algo nuevo y emocionante.

Está de pie antes de que Stiles pueda detenerla. —Mamá, es muy tarde, no podemos simplemente...

—¿Por qué no? —pregunta ella, más seria de lo que Stiles la haya escuchado alguna vez, corriendo hacia su habitación y poniéndose un suéter lo suficientemente rápido como para despeinarla, él la sigue. —¿Quién está aquí para detenernos? No tienes escuela mañana, nadie nos va a esperar. Podemos hacer lo que queramos —ahora se está poniendo los zapatos, renunciando a los calcetines, y Stiles siente muchas ganas de acercarse y detenerla, ganas de tomar sus brazos y sacudirla para que entre en razón.

—Mamá...

—Stiles —dice, su voz llena de emoción. —¿Confías en mí?

No puede decir que no.

Él asiente en silencio, y la sonrisa de Claudia vuelve a aparecer en su rostro. Se deja arrastrar por ella hacia su habitación y se pone rápidamente la ropa que le lanza, su uniforme arrojado al piso y su mochila en mano antes de seguirla fuera de la casa. Están en un autobús antes de que él pueda preguntarle algo. Su madre está zumbando en energía pero también está extrañamente silenciosa, mirando por la ventana con una ansia recién descubierta que Stiles desea poder reflejar.

Él piensa que su madre se ve sorprendentemente hermosa así. Antes de enfermarse ella era como la miel: dulce, suave y sus palabras te atrapaban de una manera que no era normal, Stiles podía ver por qué su padre se enamoró de ella, pero no puede ver cuándo dejó de hacerlo. Últimamente, el estado de Claudia era aterrador, como un monstruo empeñado en alejar a todos menos a él, lista para consumir y destruir a los demás de una manera elegante y cruel. Le recordaba a una rosa: lo suficientemente hermosa como para atraer a todos a tocarla sin fijarse en las espinas que se podían clavar en sus manos, Claudia nunca vomitó una rosa. Stiles no puede evitar pensar en qué le hubiera pasado a él si es que no fuera su hijo, si es que la enfermedad la amargara lo justo para ser igual con él.

Les lleva una hora y diez minutos llegar a su destino, y Stiles puede sentir que se está quedando dormido para cuando llegan. Claudia no ha perdido ni una pulgada de su energía pero es gentil cuando despierta a su hijo, él abre sus ojos mirando hacia los ojos de ella, casi maniáticos, y susurra emocionada, —hemos llegado.

Se bajan del autobús y Stiles es golpeado por el aroma de la sal y el aire fresco que provienen del mar. Ella lo arrastra hacia la arena por la muñeca, tirando de él con torpeza hacia adelante. Puede sentir que la arena entra a sus zapatos y poco después a sus calcetines. Claudia se quita los zapatos y deja que sus pies se hundan en la arena, cerrando los ojos y ampliando su sonrisa.

Stiles se deshace de su propio calzado, la arena húmeda y fría bajo sus pies. —¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunta con cuidado. Una parte de él no quiere sacar a su madre de su estado mental, se siente asustado y curioso, tampoco lo admitirá, pero otra parte de él, más pequeña, se siente tan ansiosa como el niño que se supone que es.

Ella parpadea hacia él como si recién se diera cuenta de su existencia. —Nosotros —dice sin aliento, —vamos a jugar voleibol.

Eso no es algo que espera; Claudia se ve tan viva en este momento por algo que suena tan simple, que parece fuera de lugar. La mano de ella en su muñeca se vuelve suave y se desliza hacia su palma, trazando líneas con la yema del dedo mientras lo va soltando. Se acerca a su bolso deportivo, uno que Stiles nunca había visto, y de el saca un balón de voleibol que parece viejo pero muy bien cuidado.

—No tenemos red —dice, su voz demasiado baja como para que ella lo escuche pero aun así lo hace.

—Tampoco tenemos jugadores —responde ella a cambio, sus manos alrededor de su cabello para atarlo en una cola alta. —Pero te tengo a ti, y eso es lo único que importa.

Claudia le muestra una sonrisa relajada justo cuando él se va a mover para dejar una distancia adecuada entre ellos.

—¿Empezamos?

Los saques de su madre son aún más aterradores de los que recuerda haber visto en un video hace años atrás.

Hace un tipo de ritual que la hace ver más relajada que de lo que ha estado, rebota el balón brevemente en sus manos antes de servir. Stiles se sorprende de lo cómoda que se ve cuando los músculos de sus largas piernas se estiran y se juntan mientras salta en el aire. Todavía puede recordar cuán poderosamente preciso se veía el saque de su madre en los videos que tenía escondido de su juventud.

Él intenta prepararse, de la misma manera que vio a los demás, pero la sensación del balón silbando cerca de su oreja, demasiado cerca para su comodidad, lo hace detenerse. Su madre ni siquiera parece preocupada por lo cerca que estuvo de golpearlo en la cara, en cambio, se ve encantada.

—¿Qué piensas, hijo? ¿Tu madre es buena? —su sonrisa parece casi lista para dividir su rostro por la mitad, Stiles no está seguro de por qué parece que ella necesita su aprobación, pero le responde de todos modos.

—La mejor —resulta más una exclamación de asombro sin aliento de lo que pretendía, pero tuvo el efecto deseado. La mirada de ella se vuelve un poco más tímida y un color rojizo aparece en sus mejillas. Se da la vuelta antes de que muestre más.

—Tu turno —ella llama alegremente sobre su hombro.

Pasan toda la tarde haciendo lo mismo, Claudia lanza y Stiles intenta recibir. Ellos se ríen cuando él toca el piso, ella le dice que ahora es más difícil porque están en arena. Se ven felices, más felices de lo que han estado nunca, solo pasando el tiempo entre ellos, sin la interrupción de los deberes o de las salidas con Derek, sin su padre que no le gusta que sean tan ruidosos. Claudia promete que le enseñará más voleibol a partir de hoy.

Leaving my love behind - SterekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora