VI

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Jimin se encontraba sentado al borde de su cama, ya estaba completamente vestido para la ocasión; las prendas de seda se amoldaban a su figura, los encajes caían por sus hombros y sus muñecas, las ligeras sombras negras hacían que sus ojos se vean más encantadores, sus labios pintados de un tenue rojo escarlata se llevaban la atención junto a sus mejillas sonrosadas por el rubor. Se veía completamente hermoso, parecía sacado de la más linda pintura del museo. Si tan solo en su rostro hubiese esperanza o anhelo, le haría ver más hermoso.

Pues en su rostro solo se reflejaba la agonia, la tristeza y la desdicha, no podía siquiera disimularlo en sus ojos llenos de lágrimas. Quería romperse en mil pedazos hasta volverse polvo; así tal vez podría escapar por las rendijas de su ventana.

Su puerta se abrió, su madre asomándose por el marco de esta, a diferencia de él ella tenía una sonrisa esbozada, sonriendo de punta a punta, tan feliz por entregar la mano de su hijo a un futuro rey; tan feliz de que el nombre de Jimin pase a la historia.

Tan feliz, de cierta forma, de la desdicha de su único hijo.

—¿Ya te ajustaste el corsé?—Preguntó cerrando la puerta a su detrás.

—No, te esperaba a ti para que lo hicieras.—Murmuró mientras se levantaba de su cama y se postraba al lado de esta, sosteniéndose de los pilares para que su madre ajustara el corsé a su torso.

Las manos delgadas pero fuertes de su madre tomaron las cuerdas y jalo de ellas, jalo tanto como pudo para ajustarlo mejor, para darle una apariencia más bella y delicada a Jimin; acabando con la respiración del omega, exprimiendo el último suspiro de su ser.

Jimin ya se había dado por vencido, habló con su padre muchas veces con la esperanza de que le comprendiese; pero no lo hizo, en cambio, le exigió que sacara esas ideas de su cabeza. Este era su destino, esto era lo que tenía que cumplir como un buen omega de clase alta. Debía atenerse a lo impuesto por él, debía atenerse al capricho de Namjoon. Debía renunciar aquellas fantasías que acúmulo de explorar el mundo, aquellas fantasías que tuvo de descubrir los misterios del mundo, de acumular más conocimiento, el anhelo de enamorarse profundamente; debía dejar todos sus sueños atrás y atenerse a lo que los demás eligieran por él.

Y era tan triste, el tener que atar su vida tan joven al lado de alguien que no quería y que nunca lo haría.

Pero desgastarse en llorar y pedir a la luna no serviría de nada, no cuando en el salón principal se encontraban todos los invitados importantes para celebrar su compromiso.

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Jimin yacía al lado de Namjoon, tenían los brazos entrelazados mientras conversaban con un duque de Francia y su esposo—solamente los alfas hablaban, claro, ellos eran los únicos que tenían el derecho de hablar sobre las políticas de sus reinos—ambos omegas tenían una copa de vino en sus manos mientras escuchaban atentos la conversación que no los incluía.

Jimin inspeccionó el lugar, muchos algas y omegas de clase alta; de prendas finas y joyas caras, reían a su alrededor, conversaban y la pasaban bien. Todos felices de sus dichosas vidas llenas de lujos y de riquezas, vidas tan vacías, vidas tan egoístas y tan planeadas. Solo vivían para presumir su buen maquillaje y los zapatos caros que llevaban.

La vida tan vacía que Jimin había experimentado toda su vida se extendería un poco más.

Suspiro cansado y bebió de su copa, viendo entre la multitud el pasillo que llevaba al pasadizo del calabozo. Se preguntó qué es lo que Jungkook estaría haciendo, recordó que al día siguiente sería su juicio; no pudo evitar amargarse por eso. No quería pensar que Jungkook podría estar caminando directo a la horca en un par de horas. No quería imaginarse que su vida acabase tan rápido. Se amargo muy rápido ante los pensamientos, no pudo evitar que su corazón se estrujara.

Calypso ՞๑ kookmin; omegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora