Capítulo 22: Aztlán

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Llegaron a las coordenadas que habían logrado descifrar, parecía que la mano del hombre jamás había pasado por ahí, pero la realidad era que Antón, había creado un domo de energía impenetrable, que proyectaba una imagen holográfica, al cual, solo se podía acceder, lanzando un rayo con la misma frecuencia que el domo de energía, la cual, era tan difícil de alcanzar, que solo siguiendo las instrucciones del padre de Archi, lo podrían conseguir.

Cuando aterrizaron la nave, se percataron de que ese lugar era hermoso, parecido a una leyenda, pues en el centro y por toda la ciudad había un lago de agua pura y cristalina, a los alrededores el lugar era selvático, y había pirámides en todos lados, y las que estaban en cada esquina, eran las que Antón utilizó para proyectar el holograma que los mantenía alejados del mundo.

En cuanto la nave aterrizó, fueron rodearos por los guerreros de esa zona, su piel era del mismo tono que la de Archi, al igual que la de toda la gente que habitaba en ese lugar, parecían humanos normales, pero a diferencia de estos últimos, sus dientes estaban puntiagudos, como si su dentadura estuviera formada por colmillos, y eran muy altos, la mayoría parecía medir dos metros. Vestían con armaduras hechas con la piel de los jaguares, adornando su cabeza con un cráneo de dicho animal. Desde las pirámides, había soldados mirándolos con arcos esperando a atacar, pues ellos jamás tenían visitas, y en cualquier movimiento de hostilidad de los guardianes, todos los soldados estaban dispuestos a atacar.

Llegó el tlatoani del lugar, quien tenía un copilli enorme, las plumas que lo adornaban eran color jade, y en el centro tenía piedras preciosas que denotaban la figura tan importante que era.

¿Quiénes son ustedes y cómo lograron entrar a este sitio? –dijo el líder del lugar, el cual, tenía la mano en posición, solo para dar una señal de ataque a sus soldados.

Por favor –dijo Archi tomando la delantera entre los guardianes, levantando sus manos, llevando sus rodillas hacia el piso, su rostro alcanzaba a tocar el suelo del lugar- ayúdennos, mi amigo... está en problemas, no los queremos atacar, solo requerimos de su ayuda, por favor.

Solo bastó un vistazo del tlatoani hacia Archi para reconocerlo, no había duda alguna, quedó petrificado.

Indestructible –se notaba la nostalgia en el soberano- por favor joven, levántate –dijo el líder del lugar ofreciendo su mano hacia Archi- tú debes ser el hijo de Antón, ¿no es así?

Sí, lo soy –dijo Archi tomando la mano del Tlatoani sorprendido- usted ¿conoció a mi padre?

Sí, él estuvo aquí, ¿porque están aquí? –dijo el líder del lugar- seguro tu padre te dijo como llegar hasta aquí, por cierto ¿vienen con él?

Mi padre ha... fallecido –dijo Archi con la voz entrecortada, pues aún sentía un nudo en la garganta cada vez que hablaba del tema.

En serio lo siento –dijo el tlatoani inclinando un poco su cabeza en señal de respeto a la pérdida del guardián- en ese caso, su padre nos pidió un favor si es que llegabas a venir aquí –exclamó luego de unos segundos de respeto-

Esperé, antes que nada, quería saber si ustedes podían ayudar a mi amigo –dijo Archi inclinando la cabeza, pues estaba realmente preocupado por Liar- él está enfermo, y queríamos saber si ustedes tenían una cura, pues escuché que ustedes eran unos expertos en medicina.

Claro que si –dijo el tlatoani, haciendo una señal para que se llevaran en una camilla al guardián- bien ahora síganme, por cierto, mi nombre es Tenoch –dijo el tlatoani estirando su mano en señal de saludo, a lo que Archi tomó su mano, estrechándola.

En el camino, el soberano les platicó que, la pirámide del centro era para los sacrificios, pero contrario a lo que todos pensaron, no se referían a sacrificios de sangre humana, ahí llevaban ofrendas a los dioses, dedicándoles días de verdadero esfuerzo para darles una ofrenda digna de ellos, pues este tipo de sacrificios eran los que verdaderamente valoraban los dioses.

Gaia: NeogenesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora