5. Parte I

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Unos brazos me sacuden, pero no muevo ni un solo pelo. Todavía es muy temprano, quiero seguir durmiendo y para colmo mi compañera de cuarto no me deja.

Un líquido frío me empapa la cara.

—¡Dios! —Exclamo una vez que me siento en la cama toda empapada— ¡¿Pero qué rayos te pasa?! ¡¡Está helada!!

—Era la única forma en que te levantes. —Se encoge de brazos.

—Hubiera preferido que me des una cachetada. —Le doy una idea para la próxima.

Levantó la acolcha y saco mis pies que se enfrían al tacto del piso frío. Ya está empezando el invierno, suerte que me traje ropa para esta ocasión, si no sería un tímpano de hielo.

Voy hacia el baño y me siento en el retrete a orinar, no quiero dar detalles, solo diré que se siente bien soltar lo que tenías aguantando toda la noche. Me limpio y me lavo la cara para luego cepillarme los dientes con la pasta que no sabe a absolutamente nada.

Salgo con mis pantuflas de conejo siendo arrastradas por mis pies haciendo un odioso sonido que sé que no me molesta, pero a Lex sí, ya que me lo dijo la mañana anterior.

Le sonrió Alex cuando me lanza una mirada asesina por lo mencionado anteriormente.

—Hay algo que no entiendo.-Logro captar la atención de Lex— ¿Por qué tú siempre amaneces con muchas energías? Mientras yo, parezco que me atacó un zombi antes de despertar. —Me siento en la punta de la cama mirando un punto no específico.

—¿Será porque duermo ocho horas diarias? O porque me acuesto temprano, no lose lía, hay cosas que no se sabe con exactitud. —Sigue delineado su ojo.

—¿Por qué te maquillas? No es que veamos a algún modelo o famoso sexy. ¿Lo veremos?

Se echa a reír como una lunática.

—Claro que no tontina.

—¿Y entonces?

—Solo lo hago porque me gusta —se gira para verme—, deberías empezar a hacer lo que te gusta.

La miro y veo como se gira para apoyarse en el tocador con una sola mano, mientras que con la otra se limpia lo que le sobró del ojo izquierdo.

Tiene razón, últimamente todos aquí tienen razón cuando me dicen las cosas, y detesto que tengan razón. Debo enfocarme en lo que de verdad me gusta, que es... aún no sé lo que me gusta realmente.

Me levanto de la cama y voy en busca de mi uniforme que me dieron ayer antes de entrar en la habitación. Una anciana de unos cincuenta años aproximadamente que dijo con su voz severa: no debes usar la falda más arriba de las rodillas, si pasa lo contrario se le tendrá que medir la distancia que tiene del dobladillo, no debe pasar los cinco centímetros y bla-bla-bla

Agh, este uniforme es muy feo, tiene falda azul a cuadrillas, camisa blanca con saco azul de lana, en la parte izquierda del saco hay un pin de bronce con el escudo del reformatorio —¿Los chicos también tendrán un uniforme parecido?— me pongo las medias que me llegan por debajo de las rodillas.

«Que alguien me ponga una soga en el cuello y me cuelgue de un lugar alto» jamás en mi vida tuve que usar un estúpido uniforme. Siempre usé un estilo libre, ya saben ropa cómoda o elegante como las que llevaban puesto las plásticas de mis antiguas escuelas.

Meto la mano debajo de la cama y saco los zapatos de anciana que también me los dio aquella señora. Estos son marrones con una especie de trenza del mismo color alrededor del borde. Me los pongo y luego me dirijo a Lex, quien también está vestida igual que yo.

Besos Robados [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora