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—¿Quieres? —niego— Esto se está poniendo algo raro, ya ni siquiera te gusta el chocolate.

—Sí me gusta, solo que no tengo ganas de comer.

Lex asiente y sigue comiendo, de a un cuadradito, la tableta de chocolate; mientras yo, sentada con mis pies arriba de la silla del restaurante, me quedo viendo como lo hace.

—Tenemos que hablar de eso.

—No. —La corto enseguida.

Ese tema está guardado en un cofre con candado y está en el fondo. Ella tiene pedacitos pequeños de chocolate en sus comisuras.

—Ya te dije, no quiero saber sobre eso.

La última vez que pasó algo similar, ignoré el tema, porque primero, huía de mis problemas y segundo, no tenía a quien acudir. Pero ahora sé que tengo una amiga con la que puedo contar.

—Lo sé, pero no puedes huir de tus problemas. Tienes que ser fuerte y afrontarlos, tienes que atreverte aunque te duela.

—¿Quién dijo que me duele? No me duele ni me dolerá.

—Pero...

—Ya basta de peros, Lex. —Me levanto de la silla— No me interesa saber nada —dejo propia arriba de la mesa—; aquí tienes para pagar.

Me pongo la capucha de mi campera y meto las manos en los bolsillos, luego de salir del restaurante. Genial, está lloviendo, lo que me faltaba. Camino apresurada hasta el edificio. Piso con fuerza y resbalo, se ve que alguien amortiguó mi caída, porque unos brazos me atraparon.

Nah, eso solo pasa en las películas románticas. Pero sí resbalé y caí, hubiera preferido caer en el pavimento, pero no, caí en el barro. Me levanto, con el culo lleno de barro, y me voy al edificio, como antes.

Al llegar al edificio, abro las puertas y camino como un pingüino hasta las escaleras. Subo de a dos escalones hasta llegar al final, por suerte no hay nadie cerca, no como casi todos los días. Saco la llave, de la habitación, de mi bolsillo delantero y la meto en la cerradura. Al abrirla, y luego cerrarla, me quito mis pantalones y los dejo en la esquina de la vergüenza para luego ir al baño y darme una laaarga ducha; y cuando digo larga, me refiero a durar dos horas ahí.

Al terminar de ducharme, me envuelvo en mi toalla y salgo del baño. Busco ropa cómoda y la dejo prepara en la cama. La habitación es un desastre, es un mar de papeles, Alex estuvo cortando miles de papeles de colores y solo para dejarlos preparados para tan solo unos días. En pocos días será navidad y yo no sé que haré.

Esa fecha nunca la festejo, nunca me gustó y nunca me gustará, ese es un recuerdo inolvidable el que tuve que vivir. Seguro me quede aquí, en cama, mientras me devoro un tarro de helado —de frutilla y limón, claramente—. Y menos con todo esto.

Termino de cambiarme y me pongo mis botas peluditas. Ya está empezando la época de frío y eso significa, estar en cama todo el día. Me pongo mi campera y me meto en las sábanas. No es de noche, pero tengo frío y quiero estar tibia.

La puerta se abre, supongo que Alex olvidó algo.

—Recuerda que mañana tienes que ir a buscar mi paquete. —Levanto la cabeza y le extiendo el pulgar.

Me doy vuelta, extiendo la mano para abrir el cajón de la cómoda y saco una barra de chocolate. La abro y me la devoro, luego limpio las comisuras y dejo el paquete arriba de la mesita.

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La alarma suena, despertándome de mi sueño raro, así que me apresuro para apagarla y levantarme. Me quito el pijama y me pongo ropa deportiva, luego mis botas y mi abrigo.

Besos Robados [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora