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Continuación...

—¿Qué haces? —Connor me pilló en medio de mí persecución—. Responde.

—Yo... Amm...

—¿En serio te ibas a escapar? —niega seguidamente, haciendo un ruido agudo con su boca—, lía, lía, lía.

—¿Qué harás? —me cruzo de brazos

—No puedo dejar que escapes —aprieto mis labios en una dura línea—. Porque si lo hago, quedaré como testigo de tu huida y eso está mal, así que tengo que ir contigo —levanto mí cabeza, atragantandome con mi saliva.

—¿Qué? —logro formular.

—Si tu te escapas, tendré que escaparme también.

—Doble ¿Queeé?

O soy media lenta para entender, o me está jugando una mala broma.

Preferible la primera, aunque la segunda también puede ser acertada. Este tipo está loco, ¿en que momento se le metió una idea como esa?

—Ven, no hay tiempo para discutirlo.

Se acerca a mí para agarrar mi mano y arrastrarme por todo el pasillo. Él solo me jala del brazo, mientras yo voy —como puedo— detrás de él, media absorta.

—Conozco una salida, solo hay que subir hasta la terraza y luego ir a unas escaleras de incendio. —Habla mientras me sigue jalando de la muñeca.

Subimos las escaleras hasta llegar al final. Empezamos a caminar por el pasillo y luego, Connor abre una puerta y toda la luz del sol impacta contra mis ojos, levanto mí brazo y tapo la luz con el antebrazo. Cono de papas me arrastra hasta el borde de la terraza, sin darme tiempo a observar todo el lugar.

—Bueno, allí está la escalera. Baja tú, las damas primero.

¿Dama? ¿Yo? Ja, quisieras niño bonito.

—Ni en sueños —sacudo mis brazos— ¿Y si me caigo? —levanto mis cejas, pasmada.

—Te agarraré.

—¿Oh si la escalera de despega y caemos, estrellando nos contra el piso?

—Es muy poco probable que eso suceda. Vamos lía, baja, yo te cubro la espalda. —Me guiña un ojo.

Maldigo su vida, en voz baja, claro. Paso mí pierna por el borde y cierro los ojos, estirando mí pie para alcanzar la escalera. Me aferro, con todas mis fuerzas, del borde cuando ya estoy en la escalera.

Sus manos pasan por mí cadera y me pega a su cuerpo.

—Yo te ayudo. —Murmura.

Me suelto poco a poco del borde y me aferro a su brazo.

—Por favor, no me sueltes, le temo a las alturas. —Confieso cuando abro mis ojos.

No niego que la vista es hermosa, pero no puedo concentrarme en ello cuando estoy a una altura muy lejana del suelo. Juro que cuando esté en tierra firme, la besaré.

—Y no lo haré. No te soltaré hasta llegar a tierra.

Ambos empezamos a bajar, yo con los ojos cerrados, y él ayudándome a bajar. No estoy segura de que cara tiene el imbécil, pero estoy muy segura que en el interior lo está disfrutando.

Es probable que cuando me separe de su brazo, van a ver marcas de mis dedos y uñas en él. Pero prefiero eso antes que caer de la escalera.

—Llegamos novata —abro lentamente un ojo y luego el otro, efectivamente llegamos a una puerta—. Ya puedes soltar mí brazo pequeña.

Besos Robados [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora