XIX. HEARTACHE.

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GENEVIEVE

El paso del tiempo fue más que evidente cuando Davinia irrumpió en mi habitación con demasiado alborozo y abriendo las cortinas de un solo movimiento, provocando que la luz incidiera en mis ojos, sobresaltándome. Me froté los ojos con fuerza, tratando de despejarme por completo, mientras Davinia iba de un lado a otro de mi habitación canturreando para sí misma.

Cuando comprobé la hora que era, gemí y traté de cubrirme de nuevo con las sábanas. Las manos de Davinia las sujetaron con fuerza, impidiéndomelo; la observé con los ojos entornados, acusadores.

-¿Qué sucede? –inquirí, molesta.

Davinia fingió enfadarse y tiró de las sábanas hasta que las solté. Contuve un nuevo gemido.

-¿No sabes qué día es hoy? –Davinia respondió mi pregunta con otra pregunta.

Negué con la cabeza. Llevaba días sin saber de R y, debido a ello, me había movido como un robot, sin importarme siquiera lo que sucedía; mi familia me había pedido amablemente si podía salir en más ocasiones con Patrick. Ahora que habíamos comenzado a salir de manera oficial, el caos que se desató con los paparazzi hizo que me sintiera asfixiada; si antes había estado encantada de cubrir las portadas, en esos precisos momentos deseaba convertirme en una persona totalmente anónima.

Observé a Davinia fruncir los labios con fuerza.

-Es tu cumpleaños, cielo –contestó y a mí se me cayó el alma a los pies.

Me sentí estúpida por haberme olvidado. Y aún más cuando, las veces que había salido con Patrick por la ciudad, él me había interrogado sobre qué es lo que quería hacer en mi cumpleaños; aquella revelación terminó de despejarme y me incorporé sobre la cama, mirando a Davinia fijamente.

-Tu familia te espera abajo –me informó y sacó un paquetito de uno de sus bolsillos, guiñándome un ojo de manera pícara-. Feliz cumpleaños, Vi.

Cogí mi regalo y lo sostuve durante unos momentos, mirando embobada a Davinia; aquella había sido una tradición entre nosotras desde que alcanzaba a recordar: ella nunca había faltado a ninguno de mis cumpleaños y todos los regalos que me había hecho los había escondido de mi madre. En cierto modo, aquel regalo me hacía muchísima más ilusión que los que me esperaban abajo; mis dedos temblaron cuando rocé el cuidado papel de regalo y tiré del lazo que lo cubría.

Parpadeé para retener las lágrimas cuando contemplé la gargantilla con una «G» dentro de la caja.

-Es precioso –murmuré, tocándolo con cautela.

Davinia me ayudó a ponérmela y se secó discretamente la comisura del ojo, atrapando una rápida lágrima. Estaba a un año de convertirme en mayor de edad y, aun así, no estaba segura de ser entonces dueña por completo de mi vida; temía que mis padres me obligaran a dar el siguiente paso: comprometerme con Patrick y montar una boda por todo lo alto.

Mi ama me contempló en silencio, visiblemente emocionada. Ella me había visto crecer y me había, prácticamente, criado; esa mujer a la que no me unía un lazo de sangre me conocía mejor que mi propia madre. Sin embargo, sabía que no era en eso en lo que estaba pensando exactamente.

Mi mente voló hacia un nombre concreto: Hannah. Mi hermana mayor que, lamentablemente, había muerto varios años atrás; mi hermana mayor que había decidido poner fin a su propia vida por motivos que aún desconocía.

Aún, sin embargo, recordaba perfectamente el dolor que me había embargado durante mucho tiempo, enfadada con Hannah por habernos abandonado a Michelle y a mí; mis hermanas y yo siempre habíamos estado muy unidas, sin secretos entre nosotras; por eso mismo me había sentido traicionada cuando mi madre nos había comunicado que habían encontrado el cadáver de Hannah en su dormitorio.

LAST ROMEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora