XLIII. ALL I NEED.

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El humor de Patrick cambió visiblemente en aquellos días. Se mostraba como el chico que yo había creído conocer, lo que facilitaba enormemente las cosas entre nosotros; sé que Patrick estuvo fardando de lo que había sucedido entre nosotros junto a sus amigos de universidad, pero yo decidí ignorarlo.

Había conseguido dejar apartado a Patrick con el momento, permitiéndome centrarme en mi venganza hacia mi familia. El deseo de querer verlos hundidos era tan acuciante que parecía quemarme las entrañas.

Patrick había puesto a mi disposición un coche que pudiera llevarme donde yo quisiera y así, de paso, poder tenerme en todo momento controlada. Aquella mañana, mientras Patrick seguía en sus cursos preparatorios para la universidad, decidí hacerle una rápida visita a mi familia. Necesitaba cualquier prueba que relacionara a mi padre directamente con mi accidente.

Necesitaba un motivo más para odiarlo más de lo que ya lo odiaba.

El trayecto hacia la que había sido mi casa, mi hogar, se me hizo eterno. El conductor era insulso y parecía haber salido de cualquier película de terror: era completamente calvo y tenía un tatuaje tribal en uno de los lados de la cabeza.

Tenía aspecto de matón a sueldo y, quizá, quizá ese fuera realmente su papel, en vez de conductor.

Me dediqué a mirar por la ventanilla del coche y a consultar mi teléfono móvil, por si había recibido un mensaje o una llamada; Patrick, en uno de sus continuos arrebatos de querer controlar toda mi vida, me había concertado algunas salidas con una vieja amiga de su infancia... Zsofía Petrova.

Al principio creí que era una broma pesada, pero Patrick me aseguró que aquello iba demasiado en serio. Zsofía, según me contó con demasiado gusto mi prometido, estaba bastante apenada por la repentina ruptura de su compromiso con R y necesitaba aires nuevos. Lo que realmente buscaba Patrick era ahondar en la herida.

Pero Zsofía había resultado ser una chica divertida y, en el fondo, me sentía culpable por todo lo que había sucedido.

Me acordé de toda la familia del conductor cuando frenó bruscamente frente a la verja de hierro que conducía a mi casa. Le ordené que se marchara de allí y que, probablemente, decidiera quedarme todo el día allí; esa decisión no iba a gustarle lo más mínimo a Patrick, pero ya tendría tiempo de hacerle frente si no decidía abofetearme antes.

Davinia fue la encargada de abrirme la puerta. Sus ojos se abrieron desmesuradamente al verme allí, con una tímida sonrisa y notando que ese nexo que me unía a aquella casa se había desvanecido hasta casi desaparecer por completo. ¿Cómo había estado tan ciega respecto a mi padre? Era un ser sediento de poder que, asegurándome que todo aquello era un simple juego, me había tratado como simple mercancía.

Había estado a punto de matarme.

Y le había asegurado a mi madre que, de haber sabido antes que estaba embarazada, se habría deshecho de nosotros dos. Como si fuésemos simples muebles viejos que hubieran perdido ya su utilidad.

Me centré en el rostro de la mujer que estaba frente a mí, la mujer que se había convertido en una segunda madre para mí y que había sido la única que se había preocupado verdaderamente por mí. Sin ningún tipo de interés oculto.

Ella era la única que me quería realmente, que se preocupaba por mí.

-Hola, Davinia –la saludé con calidez, inclinándome hacia ella para poder abrazarla.

Ella correspondió el gesto con cierta torpeza.

-Ay, Vi, ¡cuánto te hemos echado de menos por aquí!

LAST ROMEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora