X. YOU GIVE LOVE A BAD NAME.

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R

Nada más ver el número de teléfono que aparecía en la pantalla supe que tenía problemas. Y de los gordos. Le dirigí una breve mirada a Genevieve, que se había arrebujado más con mi chaqueta y me observaba con curiosidad. Reprimí las ganas de no coger el teléfono e inclinarme sobre ella para volver a besarla.

Sin embargo, si hacía eso, mis problemas se duplicarían. Y, en aquellos momentos, no me convenía tener más problemas de los que ya tenía.

Pulsé a regañadientes la pantalla y la voz enfadada de Ken resonó por todo el coche. Incluso Genevieve me dirigió una mirada asustada.

«No pasa nada», articulé con los labios y ella asintió, mientras sacaba su propio móvil y comenzaba a teclear sobre la pantalla, con el ceño fruncido. Parecía bastante concentrada y supe que me estaba dando, de aquella forma, un poco de intimidad.

-¿Dónde coño estás, tío? –vaya, sí que estaba cabreado-. ¡Tu padre necesita hablar contigo urgentemente y está hecho un basilisco!

Mi padre siempre estaba hecho un basilisco; era hosco y huraño. Aún no comprendía, o no veía, que podría haber hecho que mi madre se enamorara de él. El dicho «el amor es ciego» explicaba perfectamente la relación entre mis padres, porque yo aún no lograba encontrarle un sentido que no tuviera como aderezos amenazas, chantaje o algo peor.

Solté un suspiro e intenté tranquilizar a mi primo antes de que empezara a gritarme con más fuerza y Genevieve terminara bajándose del coche para pedir un taxi.

-Tranquilo, Ken –le dije, en tono sosegado-. Ya voy para allá, he tenido que hacer… unos recados –añadí, mirando de reojo a Genevieve, que seguía absorta con su móvil.

-¡¡Pues espero que termines pronto tus recados y vengas cagando hostias aquí antes de que tu padre empiece a mover todo Bronx para encontrarte!! –me gritó Ken y pensé que, en ese estado, le saldría humo de las orejas. Como a los dibujos animados.

-Eh, eh, calma. Ya he dicho que estoy de camino, ¿no?

-Por favor, R –me suplicó mi primo-. Date prisa.

Colgué el teléfono y lo dejé sobre el compartimento que había en mi asiento. Genevieve dejó su móvil sobre su regazo y me contempló en silencio mientras arrancaba en silencio el coche y me dirigía a toda prisa hacia el norte, para dejar a Genevieve en su casa y marcharme a toda prisa a la mía. ¿Qué demonios le sucedía a mi padre? ¿Finalmente habría perdido la cabeza?

Mientras realizaba un adelantamiento un tanto sospechoso, Genevieve se reclinó sobre su asiento y me observó conducir. Parecía haberse acostumbrado a mi forma de conducir, ya que no se había puesto el cinturón de seguridad y tampoco miraba constantemente al velocímetro.

-¿Problemas en casa? –preguntó y lo hizo por preocupación, no por curiosidad. Estaba preocupada por mí. Eso me conmovió. Ninguna mujer, a excepción de mi madre, se había interesado en otra cosa que no fuera que la llevara a la cama.

Apreté el volante con fuerza.

-Mi padre quiere hablar conmigo –respondí, tras unos momentos pensándome bien la respuesta-. Seguramente quiera echarme en cara que no hago nada bien.

Ella asintió, pero su cara parecía decir: «por los alaridos que daba la persona que te ha llamado, no me parecía que fuera para eso». Se echó sobre su asiento y cerró los ojos. Me fijé entonces en las convenientemente disimuladas marcas debajo de sus ojos y me pregunté si ella no tendría problemas como los míos con su familia. No conocía personalmente al cónsul Clermont pero, cuando lo había visto en la televisión y a pesar de que mis impresiones enfadarían a mi padre de haberse enterado, me parecía un hombre muy distinto a mi padre. Parecía cercano y… amable. Pero eso no me hacía olvidar que él había sido el autor de la muerte de los padres de Ken y Ben. Por eso mismo no quería creer que había algo bueno en él; el cónsul Clermont era como mi padre. Solo que el cónsul Clermont parecía tener una doble cara.

LAST ROMEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora