XL. A PATH I CAN'T FOLLOW

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Mi regreso a la ciudad no fue tal y como me había esperado. La Academia Militar se convirtió en un infierno después de una semana estando allí, bajo el escrutinio de mis nuevos compañeros que no paraban de lanzar comentarios maliciosos al respecto; el famoso R había caído tan bajo que, al final, su familia lo había tenido que enviar allí porque la situación era insostenible.

En cierto modo tenían razón, pero por los motivos equivocados. Había aceptado la decisión de recluirme allí porque mi padre me había advertido de las consecuencias; no había tenido en cuenta el peligro que corríamos, me había centrado únicamente en mí... en nosotros, y ahora pagaba todo aquello.

Cuando me habían dado el alta en el hospital, mi madre me había dicho que la situación de Genevieve no había mejorado; me vi en la necesidad de escabullirme de mi habitación para acercarme lo más posible a la suya. Por suerte pude burlar la cantidad de hombres que había decidido traer consigo el señor Clermont al hospital, pero mi madre me había suplicado que no me arriesgara demasiado; debido a ello había contemplado el cuerpo de Genevieve tendido en aquella cama de hospital rodeada de cables y distintos aparatos.

Algo dentro de mí se rompió en ese momento. La muerte de Ken me había creado multitud de brechas dentro de mí, pero ver aquella imagen y que se me quedara grabada en lo más profundo de mí había conseguido terminar de destrozarme.

Yo había sido el culpable de que ella estuviera en esa situación. Al igual que había conseguido que mi primo, mi hermano, muriera.

Regresé a mi habitación y me encontré allí a mi madre, que estaba terminando con todo el papeleo. Mi padre no tardó en aparecer también, aguardando mi respuesta; sin embargo, por mucho que me hubiera negado, en aquella ocasión no tenía opción. Tendría que marcharme quisiera o no.

Y eso había hecho.

Hasta hoy. Las malas noticias parecían haber elegido a mi familia y, un par de días atrás, había recibido la llamada de mi padre informándome que mi estancia en la Academia Militar iba a interrumpirse «hasta que las cosas volvieran a su curso». Creí que era una simple excusa, que estaba arrepentido de haberme llevado allí sin valorar otras posibilidades... pero me había equivocado.

Suspiré y observé mi reflejo en el espejo. En una ocasión, el día en que conocí a Genevieve, Ken y yo habíamos bromeado. Qué lejano me parecían aquellos momentos... a pesar de que habían pasado unos meses.

Unos meses que habían cambiado por completo mi vida.

Vi que mi padre aparecía en el baño, completamente arreglado, y que me observaba con el ceño fruncido. Nuestra relación se había quedado en suspenso, sin avanzar o sin retroceder. Simplemente nos dedicábamos a convivir el uno con el otro, como si nos hubiéramos convertido en dos simples extraños que tenían que compartir el mismo techo.

-El coche nos espera, R –me informó con su habitual tono desprovisto de cualquier emoción.

Terminé de arreglarme la pajarita y me giré hacia mi padre. En aquellos cuatro meses que había pasado fuera de Bronx había cambiado... había envejecido; sabía por parte de Petra que mi padre se había visto obligado a ceder a los chantajes de Clermont y que el presidente no parecía darse cuenta de lo que sucedía. O quizá no estaba queriéndolo ver.

Su hijo iba a casarse con Genevieve, así que era conveniente que tuviera un buen trato con Clermont.

-Podemos irnos cuando quieras –respondí.

Seguí a mi padre hacia la salida. En la planta baja nos esperaban Petra junto a Antonio y Ben; mis hermanos pequeños nos observaban con los ojos cargados de un brillo de nostalgia. Al sitio al que íbamos no era un ambiente idóneo para dos niños y mis hermanos estaban decepcionados porque los habíamos dejado solos.

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