III. ANIMALS

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GENEVIEVE.

En cuanto cerramos la puerta de la limusina a nuestra espalda, nos quedamos completamente maravilladas con la forma en la que habían decidido festejar aquel prestigioso baile de máscaras. Había una enorme alfombra roja que cubría la gran escalera que ascendía hacia el enorme portón por el que se podían entrever distintos tipos de luces. A ambos lados de la escalinata, había un torrente de periodistas y fotógrafos que lanzaban sus flashes hacia la multitud que iba a ascendiendo por las escaleras y se paraba lo justo para que hicieran las fotos pertinentes.

Bonnie se aferró a mi brazo y me guiñó un ojo tras su bonita máscara en tonos blancos y negros. Yo le devolví una sonrisa.

-¿Lista? –le pregunté. A veces, cuando acompañaba a papá a una de sus innumerables recepciones, había muchos fotógrafos ansiosos por captar la mejor instantánea. Aun así, no podía evitar sentirme un poco nerviosa.

La sonrisa de Bonnie se hizo mucho más amplia. Estaba pletórica de alegría de estar allí, con tanto fotógrafo, y deseosa de lucirse para, según ella, «encontrar un buen partido allí para un futuro lleno de niños».

-¡Nací preparada para hacer esto! –exclamó y echamos a andar hacia el tumulto de fotógrafos, que pareció volverse loco de vernos aparecer.

Las máscaras nos proporcionaban la anonimidad que tanto me gustaba tener y Bonnie parecía estar dando saltitos. Algunos de los invitados se levantaban un poco sus máscaras, mostrando quién se escondía tras ellas. Yo preferí mantenerla en su sitio mientras sonreía y saludaba a los fotógrafos, que parecían volverse locos con tanto lujo e hijos de personas tan importantes en Bronx.

Cuando traspasamos la puerta, lejos ya de los flashes y gritos de los fotógrafos, la escena cambió por completo: donde antes había sido todo luz, ahora la iluminación había bajado hasta sumir la sala en una penumbra roto por haces de luces procedentes de unos focos que habían situado en el techo y que, en ocasiones, robaba de las arañas algún reflejo.

Bonnie abrió mucho los ojos debido a la sorpresa. Yo, por el contrario, me quedé observando a la turba de personas que bailaban en el centro del espacio del hall que habían acondicionado como pista del baile. Los cuerpos se movían al son de la música, que tronaba desde los altavoces que habían colocado en las esquinas. Al fondo, había una enorme mesa de mezclas donde estaba un DJ que movía la cabeza y no paraba de mover y toquitear botones.

-Dios, esto va a ser épico –me dijo Bonnie, gritando para hacerse oír por encima de la música.

-¡Entonces no perdamos más el tiempo! –grité y tiré de ella hacia una de las escaleras, que tenían forma de U.

En uno de los lados de la sala habían metido una enorme barra donde la gente se reía y pedía sus bebidas mientras un atractivo barman se encargaba de servir a todos sus respectivos pedidos. Bonnie esbozó una sonrisa que conocía muy bien: era la que siempre ponía cuando su vista se encontraba con una buena presa y su cabecita empezaba a trazar un buen plan con el que conseguir, al menos, su número o, en su defecto, enrollarse con él.

-¿Por qué no nos acercamos y pedimos algo, Vi? –me sugirió sin perder la sonrisa y yo asentí.

Nos encaminamos hacia la barra, apartando a la gente que nos cerraba el paso mediante empujones. Todos llevaban máscaras con distintos tipos de brillos o purpurina, lo que hacía que me sintiera en un mundo completamente distinto. Me recordaba a una película que había visto con Michelle y Bonnie un par de días atrás mientras mis padres habían salido para acudir a una fiesta que habían dado unos amigos de ellos.

LAST ROMEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora