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Mi madre intentó sonreír con calma mientras yo me sentía como una pobre ardilla arrinconada contra el tronco de un árbol, a expensas de que un grupo de niños decida atraparme para divertirse a mi costa; aún me resultaba demasiado confuso que mi madre estuviera al tanto, o hubiera sospechado, que el centro de todos mis problemas pudiera tener el nombre y apellido de Genevieve Clermont. Quizá me había delatado a mí mismo al poner esa cara de idiota cuando habíamos visto un viejo vídeo de nuestras vacaciones familiares.
Las dudas me asaltaron de nuevo. ¿Debía o no debía contárselo? Estaba claro que me había puesto en evidencia a mí mismo cuando había respondido a la primera pregunta que me había formulado mi madre; me parecía una estupidez seguir evitando el tema y… ¿quién sabe? A lo mejor hablar de ello me ayudaba.
Cogí a mi madre por las muñecas, con suavidad, y la miré con actitud suplicante. En absoluto era como mi padre, él ya habría comenzado con los gritos, amenazas y reproches, pero sabía que era un poco difícil hacerte a la idea de que tu propio hijo se hubiera enamorado de alguien que ya tenía pareja. Y no una pareja cualquiera: el mismísimo hijo del presidente.
Empecé a hablar, desembuchando todo aquello que no había tenido oportunidad de decir en voz alta ante la atenta mirada de mi madre; ella se mantuvo en silencio, frunciendo el ceño en algunos puntos de mi historia, pero no me interrumpió en absoluto. Me salté algunos puntos de mi relato por temor a que le diera una apoplejía, pero no me dejé nada importante.
Espié a mi madre a través de mis pestañas, esperando por su parte una buena reprimenda. Incluso llegué a creer, y la zona de la nuca me escoció, que iba a recibir una buena colleja por su parte a causa de mi osadía. Sin embargo, y contra todo pronóstico, simplemente me sonreía tímidamente.
-¿Cuántas veces más has colado a esa chica a casa? –me preguntó.
Era una norma capital el no traer chicas a casa; no solamente porque mi padre montaría en cólera, sino porque tampoco me sentía cómodo follándomelas a expensas de que alguno de mis progenitores, o alguno de mis hermanos pequeños, decidieran husmear y toparse con semejante escena. Pero Genevieve había sido la excepción, aunque las circunstancias no habían sido las normales.
-Eh… solamente esta vez –respondí, decidiendo quedarme ahí. No iba a contarle a mi madre, ni por asomo, qué había conllevado a que Genevieve tuviera que dormir conmigo anoche.
Mi madre enarcó una ceja, casi mirándome con escepticismo. ¿Sería posible que mi propia madre creyera que me llevaba a todas las chicas que conocía a casa para poder tirármelas? ¡Ni que no conociera el genio que tenía papá!
-¿Sabes a lo que te estás exponiendo de seguir viéndote con esa chica? –inquirió mi madre, tocando de manera nerviosa la superficie de la tablet.
«Bien, R: es hora de confesar la segunda parte de esta historia», me animé a mí mismo. Sabía que estaba a punto de confirmarle que era un auténtico gilipollas y que Genevieve había hecho bien en dejarme, pero no podía ocultárselo. No me había cuestionado ni una sola vez, simplemente me había preguntado si conocía los riesgos; mi madre debía haberse ganado el cielo conmigo.
-En estos momentos no estamos juntos, técnicamente –le confesé y me mordí el labio inferior al recordar la conversación que habíamos mantenido anoche Genevieve y yo; por no hablar del anillo, que seguía rondando por mi cabeza-. Me dejó ayer cuando… cuando decidí dejar de esquivarla.
Ahora mi madre me miró con incredulidad.
-¿Que hiciste qué? –preguntó mi madre, sorprendida-. Cariño, comprendo que esta sea tu primera relación seria… pero no debes tratar a esa chica como a las otras. Y lo que has hecho… te mentiría si dijera que has hecho bien.
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LAST ROMEO
ChickLitCondenados a odiarse. Destinados a amarse. Desde pequeños, tanto Genevieve como R han visto cómo sus dos familias intentaban deshacerse la una de la otra. Siempre han convivido desde niños con un único mantra: "esa familia no nos conviene; esa famil...