VIII. COME, GENTLE NIGHT

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Vi su cara de preocupación y pude adivinar sus pensamientos como si los estuviera gritando en mitad de la calle. Debía reconocer que había esperado que no hubiera encontrado el trozo de servilleta, que se hubiera caído en cualquier movimiento y que aquella vez en la cafetería hubiera sido la última vez que nos viéramos en aquella guisa de «casi amigos», antes de que cada uno siguiera su camino y ella averiguara quién era yo. Lo cierto es que me estaba preguntando si ya lo sabría. Pero era imposible, seguramente, de haberlo averiguado, no me habría llamado y no habríamos quedado para que la llevara a un sitio que, esperaba, la sorprendiera.

Me la quedé mirando unos instantes, esperando que viera el coche y viniera hacia aquí; Ken me había advertido que era una completa locura plantarme en Princeton y quedarme allí esperándola, expuesto ante la mirada de todos los partidarios de los Clermont y ante él propio. Y, pese a todo ello, allí estaba: aparcado y observando a Genevieve cómo miraba hacia todos lados, esperando verme.

Al final le hice un par de señales con las luces y su rostro mostró un evidente alivio al verme. O al ver al coche. Vino hacia él con cierta prisa y, de vez en cuando, miraba por encima de su hombro. Era evidente que todo aquello parecía haberlo hecho a espaldas de sus padres y que, si se diera el caso y nos pillaran, iba a tener muchos problemas. Y más aún cuando descubrieran quién era yo.

Genevieve se montó en el coche con prisa y alivio de estar lo suficientemente oscuro para que nadie pudiera verla.

Cuando me miró, supe que algo no iba bien. Sus ojos destilaban decepción y algo más; quizá arrepentimiento. Me pregunté de nuevo si ya había averiguado quién era yo... y quién era mi padre.

Procuré mostrarme relajado y le sonreí.

-¿Preparada? -le pregunté y agradecí que hubiera decidido ponerse pantalones. Si hubiera elegido alguno de sus vestidos, me iba a resultar muy complicado mantenerme sereno.

Ella se puso el cinturón, dirigiéndome una mirada elocuente, y no pude evitar esbozar una sonrisa torcida. Vaya, parecía que aún no confiaba en mis maravillosas dotes para la conducción.

-Mientras no intentes matarnos -respondió, pero sin su habitual tono mordaz.

Arranqué el motor y salimos disparados fuera de aquella zona; fuera de la influencia de Clermont y dispuesto a que Genevieve se animara un poco y dejara de poner ese gesto tan mortuorio. Parecía que fuéramos al funeral de alguien.

Me dirigí de nuevo hacia el sur y ella pareció comenzar a interesarse por saber cuál era nuestro destino. Pensé en las advertencias de Ken sobre Genevieve, pero estaba lo suficientemente seguro de que ella era diferente. Tenía que serlo.

-¿Otro sitio en el sur? -me preguntó, cruzándose de brazos-. ¿Qué tiene de especial el sur? Ahí es donde están todos... todos los barrios... -parecía intentar encontrar un término que no sonara muy grosero.

Pero sabía a lo que se refería: en el sur estaban todos los barrios marginales y de clase media. No tenía nada que ver con la exclusividad y lujo de la zona norte y parte del centro; aquello debía ser aún demasiado nuevo para ella. Sin embargo, no pareció muy afectada por dejar atrás su zona para internarse en otra completamente desconocida y mucho más peligrosa.

Seguí conduciendo y me preocupó aquel silencio que se había instalado en todo el coche y que parecía pesar. Miré de reojo a Genevieve y vi que estaba distraída mirando por la ventanilla. ¿Qué le sucedía? Parecía apagada y, aunque comprendía que no quisiera contarme lo que le sucedía por la escasa -casi nula- confianza que había entre nosotros, sentía curiosidad y verdadera preocupación por saberlo. Era la primera vez que me mostraba interesado por saber lo que se le pasaba por la cabeza a una mujer.

LAST ROMEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora