No podía seguir posponiendo por más tiempo un asunto vital para mí.
El motivo por el cual mi padre había decidido sacarme de mi retiro involuntario en la Academia Militar. Sin embargo, no sabía si estaba preparado para enfrentarme a lo que me esperaba en el hospital.
La tensa conversación-despedida con Genevieve me había afectado más de lo que querría reconocer y aún más ver cómo se marchaba de la mano de Patrick Weiss, como si de una feliz pareja se tratase. Las obscenidades y peticiones demasiado sucias de cómo me quería ver Lilja tampoco me habían ayudado mucho a que la noche pasara de manera rápida.
Me dirigí hacia el panel de corcho donde estaban todos los juegos de llaves y cogí el par que correspondían al Maserati que había pertenecido a Ken; mi padre me había pedido, casi suplicado, que cuando decidiera hacerle una visita al hospital procurara hacerlo de manera discreta.
Al parecer, nadie en la ciudad estaba al tanto del internamiento de mi madre en un hospital privado. Y así tendría que seguir siendo hasta que saliera de allí.
Escuché rugir el motor del Maserati bajo mis manos y metí primera para salir del garaje cuanto antes. Le había informado a mi padre que, mientras estuviera en la ciudad, me quedaría en el apartamento que tenía asignado en el Centro; los motivos eran más que obvios: la mansión Beckendorf me abrumaba debido a la cantidad de buenos y malos momentos que había vivido en ella.
Quería poner distancia entre mi pasado y mi presente.
Cuando conseguí dejar el coche en un sitio decente dentro del aparcamiento del hospital, me dirigí hacia la recepción, donde una mujer de unos cuarenta años con pinta de necesitar un buen revolcón me indicó con un gruñido la planta donde se encontraba mi madre.
Mientras subía por el ascensor noté el comienzo de un nudo en mi pecho que me impedía respirar correctamente. No era ningún secreto que el estado de salud de mi madre siempre había sido frágil, pero todo ese autocontrol que había mantenido estos años se había visto trucado un par de semanas después de que ingresara en la Academia Militar; mi padre me lo había ocultado hasta que la situación se había vuelto insostenible.
Y allí estaba.
Tragué saliva conforme avanzaba por el pasillo y contemplaba la decadencia y el olor a enfermedad que parecía cubrir cada centímetro de pared; las habitaciones eran idénticas, con igual color blanco y con aspecto aséptico. La que ocupaba mi madre estaba al final del pasillo.
Tal y como me había comentado mi padre, tratando de ponerme en situación, el aspecto de mi madre había dado un giro. Tenía el rostro demacrado, con los pómulos prominentes y demasiado huesudo; su cabello, antaño brillante y largo, ahora estaba lacio y cortado por la clavícula.
Aquella mujer que estaba ante mí parecía el espectro de la que había sido mi madre.
Y, en el fondo, supe que aquello era culpa mía. Al igual que la muerte de Kendrick y la dura separación de Genevieve.
Me pregunté cómo podía seguir vivo con todo el daño que había causado.
-Romeo –musitó mi madre, con lágrimas en los ojos.
Me acerqué hasta la cama en la que estaba recostada y acerqué una silla para poder sentarme sobre ella; mi madre me cogió por las muñecas y me estrechó las manos apenas sin fuerza.
-Estás aquí –prosiguió mi madre, controlando las lágrimas-. Creí... creí que seguías en la Academia Militar...
Me encogí de hombros.
-Papá me permitió una pequeña salida para ver cómo estabas –respondí, azorado.
Una ligera risa sacudió sus hombros.
ESTÁS LEYENDO
LAST ROMEO
ChickLitCondenados a odiarse. Destinados a amarse. Desde pequeños, tanto Genevieve como R han visto cómo sus dos familias intentaban deshacerse la una de la otra. Siempre han convivido desde niños con un único mantra: "esa familia no nos conviene; esa famil...