XX. DISPARO AL CORAZÓN.

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Habían pasado cinco putas horas desde que Genevieve me había dado aquel ultimátum y a mí me parecía que habían pasado años. Reconocía que me había comportado como un auténtico hijo de puta con ella, pero estaba demasiado resacoso como para siquiera pensar en lo que estaba diciendo; me había pasado todos aquellos días desafiando a mi padre de la mejor forma que sabía: saliendo hasta las tantas y emborrachándome hasta que no recordaba mi propio nombre. Sin embargo, había mantenido mi promesa: no había habido ninguna mujer. Ni una.

No entendía qué había pasado por la mente de Genevieve cuando me había dicho que se iba a preocupar de mí «la zorra con la que me había acostado», supuestamente; en aquel momento me encontraba en mi habitación y Petra había gemido del horror al ver mi pequeña montaña de calzoncillos sucios que tenía apilada en un rincón. Me había quedado tan sorprendido con sus palabras que me había visto incapaz de responderle algo, y aún menos estando Petra delante de mí. Así que me había levantado como bien había podido, soportando aún la resaca, y me había deslizado hacia mi terraza, donde no era posible que nadie pudiera escucharme.

Estaba tan quemado con Genevieve, con el hecho de que quisiera dejarme, que dejé que mi lengua se moviera sola y la hiriera en lo más profundo; sin embargo, y contra todo pronóstico, el único que salió herido de aquella dura confrontación había sido yo.

Me sentía como un perro apaleado y que aún estuviera lamiéndose sus heridas. Además de un corazón en proceso de terminar de joderse del todo; no quería creerme aún que Genevieve me hubiera dejado, pero parecía haberme bloqueado y no podía llamarla para pedirle disculpas... de nuevo. ¿En serio que era tan gilipollas y era incapaz de comportarme bien durante mucho tiempo seguido? Era evidente que sí.

Zsofía tiró con insistencia de mi brazo y yo estuve a punto de deshacerme de ella para que se cayera de culo, a la vista de todo el mundo. Mi padre, a modo de venganza, había tenido la espectacular idea de sugerir que Zsofía y yo podríamos salir como lo harían las parejas normales y, antes de que pudiera decirle dónde podía meterse sus sugerencias, Carlota nos había interrumpido, avisando que «la señorita Petrova estaba esperando en la entrada».

Puse una mueca de exasperación cuando vi el rótulo del infierno al que nos dirigíamos: Victoria's Secret. No entendía mucho de ropa exterior femenina, pero sí lo suficiente de ropa interior como para saber que aquel era el cielo de todas las chicas; todas ellas soñaban con tener algo de aquella marca y muchas con las que me había acostado llevaban prendas de allí. Yo estaba más que agradecido con la marca de crear semejantes obras, pero siempre me había mantenido a una distancia prudente de alguna de las tiendas. Además, ¿para qué coño me quería Zsofía allí si no entendía la distinción siquiera entre toda la puta gama de colores?

-Vamos, cariño, quiero enseñarte algo –ronroneó Zsofía mientras tiraba de mí hacia una pared donde había distintos tipos de combinaciones de bragas y sujetador con poco material.

Me dejé arrastrar, casi sintiéndome como un crío de cinco años al que su madre quería comprarle lo más feo y hortera de la tienda, y me quedé petrificado a su lado. Zsofía, que había metido la cabeza, casi literalmente, entre aquellos montones de ropa interior no se dio cuenta de mi repentino cambio de actitud.

Iba con su hermana y parecía... normal. Había partido el corazón a suficientes chicas como para saber cuál era su estado tras una ruptura, pero Genevieve no parecía estar sufriendo ninguno de sus síntomas; se había puesto un coqueto vestido de tirantes blanco a juego con unas cuñas y llevaba entre las manos un provocativo conjunto de sujetador y bragas de un llamativo color rojo. ¿Para quién coño había decidido comprarse todo eso?

La observé con más atención cuando ella echó la cabeza hacia atrás para soltar una sonora carcajada que resonó con fuerza en toda mi caja torácica. Estaba lo suficientemente cerca de ambas para escuchar su conversación; la hermana de Genevieve le dio un codazo juguetón y señaló con la barbilla las prendas que llevaba. Ella, con un gesto bastante adorable, le dijo:

LAST ROMEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora