Se lo penso el niño

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— Midoriya, ¿Donde estabas? Te estuve buscando y no te hallaba por ninguna parte — le dijo algo histérico Todoroki mientras lo tomaba del brazo.

— Una de las señoras me encargo que fuese a guardar algo

— ¿A donde?

— Al seminario

— No te encontraste con el Padre Bakugou, ¿Verdad?

— N-No, creo que el a estado en su oficina

— Bien — agarró de ambas manos al peliverde y se agachó para quedar a la altura de este, aunque la diferencia de alturas no era la gran cosa — Recuerda que el Padre Bakugou no es bueno para ti y solo quiere hacerte daño y si yo no estoy aquí, no puedo hacer nada para protegerte

— Entiendo... — agachó un poco su cabeza, por que sabía que estaba mintiéndole al bicolor. Tuvo un recuerdo reciente, de él con Katsuki.

— Vamos a caminar

— Pero mi mamá puede venir y...

— Tranquilo — de todas maneras, poco le importaba lo que la señora loca que tenía por madre el peliverde, le fuera a hacer si lo encontrara junto a él — no creo que ella nos encuentre

— ¿Porque lo dices?

— Un cuervo me lo contó — uno llamado Dabi.

— Creo que, así no va el refrán

— Da igual, vamos

Tomó de la mano a Midoriya y lo llevó con el, pero justo antes de salir se encontró con un discípulo.

— Oí, ¿A donde crees que vas? — lo más seguro es que el cenizo se estuviera refiriendo al menor.

— No es de tu interés — como si le hubiesen preguntado a él, el heterocromatico pasó de largo, jalando a Izuku que se había detenido al ver a Katsuki parado en las enormes puertas del atrio.

— ¿Sabes lo que pasará si su mamá los ve juntos?

Claro que lo sabía, pero ni siquiera el mismo Buda podría pararlo; sin embrago, pero en sus adentros quería que el ardiera en inquietud, que lo detuviera, pero era mucho pedir — Deje de molestar Padre

— Recuerda que Eva se dejó llevar por una serpiente — lanzó esto último como advertencia. No los iba a detener frente a los demás fieles que iban y salían del templo sagrado.

El de ojos esmeraldas revoloteo entorno a tan cruda revelación. Después de todo, que su madre lo pusiera a estudiar durante horas la biblia hasta que su espalda no pudiera más, había servido de algo. Miro hacia atrás, dándole un último vistazo al de sotanas blancas.

El bicolor lo llevó hasta un acogedor restaurante que no tenía mucha clientela a pesar de ser domingo.

El peliverde pidió una hamburguesa y el bicolor también.
Charlaron un rato, hasta que llevaron la comida.

— Sabes, me gusta como cantas, deberías de enseñarme — exclamó sonriente, dándole a la vez un mordisco a su comida.

— Cuando quieras te doy lecciones privadas — lo miro fijamente.

— ¿Tengo algo en la cara?

— Tienes un poco de ketchup, yo te limpio — con una servilleta limpio cuidadosamente la cara del pecoso.

— ¿Ya no tengo nada? — movió su pequeña boquita de un lado a otro para que el medio albino se fijara mejor, no quería salir con la cara manchada de la dulce salsa roja.

Ave María PurísimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora