Lucas.
—¡Vos me tenés cansado, H del orto!— gritó Nacho, mientras golpeaba la mesa.
—¡Pensás que podes venir acá y vender lo que se te cante, cuando bien sabes que esta es nuestra zona!—¡Yo hago lo que quiero, la re concha de tu madre!— respondí, acercándome amenazante.
—Dale, cagón, si sos macho hacemos mano a mano.— se acercó a mi, también.
—Pará, Lucas.— pidió Tomás. —Ya está, vamos a casa. Nosotros no nos metemos en su zona y ellos tampoco en la nuestra.
—¿Te pensás que voy a dejar pasar que me amenacen con Nairobi?
Había estado recibiendo mensajes con que mi novia es muy linda y estaría hermosa para hacerle un montón de guarradas, algo que me hirvió la sangre, nadie tenia derecho a hablar así de Nai.
—Entiendo que te joda, pero vamos, ella te necesita.— me agarró del brazo.
Pero, cartón lleno, justo llegó José, el jefe de la banda. —¡Vos, hijo de puta, vos eras el de los mensajes!— grité, mientras me abalanzaba sobre el grandulón, este mismo no dudó en comenzar a golpearme.
Tomás e Ignacio intentaban separarnos, pero yo estaba ido de bronca, no podía creer que sean así de cínicos con meterse con los míos.
Un balazo me detuvo.
Uno sólo, que fue directo a mi panza.
Miré ahí. Sangre. Muchísima sangre.
—¡Lucas!— gritó Tomás, ayudándome a mantenerme en pié.
La mirada se me nublaba, pero dos disparos más fueron suficientes para tener un silencio. Cuando pude mantener la vista un poco más, noté que Ignacio y José estaban tirados en el suelo, muertos. —Los mataste...— susurré, antes de desvanecerme.
_________
Nairobi.
—¿Cómo?— pregunté aturdida, mientras que sentía unos dolores insoportables.
—¿Tomás?—Estoy...— la llamada se cortaba. —Estoy yendo al hospital, Lucas... Está herido.
—¡¿Qué?!— exclamé y la llamada se cortó.
Bajé las escaleras con la rapidez que podía, mis amigas estaban viendo la tele y yo solté un quejido de dolor mientras apretaba los ojos, llamando su atención.
—¿Qué pasa, Nairobi?— preguntó Julieta, preocupada.
—Lucas... Está en el hospital.— dije como pude, mi dolor era insoportable.
—¿Qué pasó?
Negué, haciéndole saber que no sabía.
—Tenemos que ir al hospital.— dijo Luchi. —Recostate en el sillón, nosotras vamos a preparar el auto.
—En la habitación del bebé están las cosas.— susurré y volví a soltar un jadeo mientras tiraba mi cabeza hacia atrás.
Poco después tenía a mis amigas ayudándome a subir al auto, mientras que yo trataba de no desbordar de la ansiedad.
No podía estar eso pasándome.
Yo no lo había planeado así.
Quería un parto sereno y con el padre de mi hijo presente.
ESTÁS LEYENDO
tardes grises | homer el mero mero
RomansaSigo encerrado dando golpes contra la pared.