06.

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Nairobi.

—La lluvia no va a parar por más que la mires.— dijo Lucas, bromeando. —Tranquila, que cuando apenas termine te llevo...

—Mi vieja está sola, por eso me preocupo.

Suspiró y me acosté a su lado, él seguía desnudo al igual que yo. Me había dicho que no podía llevarme en la camioneta porque estaba rota,  mi vieja estaba sola en mi casa y aunque me había dicho por teléfono que estana bien, me preocupaba de todas maneras. —No le va a pasar nada, tranqui. — dejó un beso en mi mejilla. —¿Querés que pida algo para comer?


—Si vos tenés hambre, sí.

—Bueno, voy a pedir una pizza. — comentó levantándose de la cama para después ponerse su bóxer, se fue de la habitación y yo me quedé ahí. Su dormitorio era algo grande, las sábanas eran blancas y tenían su perfume algo que me embriagaba bastante. Consistía también de una foto enmarcada de él y Tomás. Supongo que debían ser muy buenos amigos. Lucas entró a la habitación con seriedad, comenzó a vestirse rápidamente. —Tenés que vestirte, yo tengo que irme. — moduló.


Confundida, le hice caso y me puse mi remerón junto al jean que había traído.
—¿Pasa algo? — pregunté.

—Nada que te incumba. — contestó.
—Apurate.

—Ya está. — respondí un poco fastidiada.

—Afuera te espera un Uber. — avisó.
—Toma. — me extendió un par de billetes. —Cuidate.

Bajé por el ascensor y en la salida me esperaba el auto, al cual me subí y arrancó. Ahí, había perdido mi dignidad, seguramente.

Lucas.

—Perdón por interrumpirte el garche. — dijo Tomás cuando entré a su auto.

—No pasa nada, sabes que es más importante el laburo que otra cosa. — contesté dejando la pistola en mi pantalón. —¿Qué onda?

—Tenemos que entregar en algunas villas, después vamos a la casa porque el Pola nos tiene que pagar. — asentí.

Manejó hasta la entrada de una villa, agarré la mochila y entré al pasillo inspeccionando que vivienda era. Hasta que llegué a la que me habían indicado.

—¿Qué onda, Homer?

—Estoy ocupado. — le dije a Chango, con mi notable seriedad, saqué de la mochila un paquete. —Dame lo mío.

Él alzó las cejas y sacó de su bolsillo un fajo de billetes, yo le entregué lo suyo y volví con Tomás. Así estuvimos toda la tarde, hasta llegar a la casa. Todavía estaba miedo raro por haber tratado así a Nairobi. —Estás re perdido. — me habló Cerreo. —¿Problemas en el paraíso?


—Eh... ponele. ¿vos qué onda?

—Nada... — desvió la mirada. —Bueno, en realidad, las cosas con Julieta cada vez son más sentimentales y me da miedo; no sé.

Me reí. —¿Qué pasa? estamos en el mismo problema pero, yo creo que, deberíamos arriesgarnos, capaz.

—Si vos lo decís, consejero del amor.

___________

—Vamos al cuarto... — susurró la rubia sobre mis piernas, ni siquiera sabía su nombre.

Estaba muy perdido. Había aceptado salir de joda solo porque tenía la cabeza revuelta de dudas y necesitaba dispersarme; pero nunca creí terminar así. —No... — contesté y le di un trago a la cerveza que sostenía.


—¿Seguro papi? mira que soy buena, la más buena...

—No tan buena como ella... — susurré.

—¿Qué?

—Nada. — suspiré. —Por favor, andate.— bufó y se levantó de mis piernas para irse a bailar en medio de la pista. Me levanté como pude y caminé hacia la barra para pedir otra cerveza. Hasta que la vi, del otro lado de la barra. Al captar su mirada, ni siquiera me sonrió. Me acerqué a ella e intentó ignorar mi mirada de todas las maneras posibles.

Nairobi... — pronuncié, pero no dijo nada. —Eu, mami, que linda que

estás. — continuó sin contestar así que pasé mi mano frente a sus ojos.

—Lucas. — habló por primera vez.
—Hola.

—¿Porqué me ignorabas?

—Por nada, no te noté.

—Hace quince minutos te estoy hablando.

—No sé... — suspiró, la miré incrédulo.
—Es que ¿sabes? Dijiste enamorarme, pero dejando que otras te pasen las tetas por toda la cara, no me enamoras; nos vemos, Lucas.

tardes grises | homer el mero meroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora