29.

599 37 0
                                    

Nairobi.

—Y bueno, si se pone a llorar dale una mamadera, pero un poco y hacele provechito ¿Sí? Porque me da miedo que se ahogue.— indiqué.

La mamá de mi mejor amiga sonrió.
—Tranquila Nai, crié un montón de chicos. Ustedes diviértanse.

Mordí mi labio inferior. Me costaba dejarlo, sentia que lo estaba abandonando aunque sabia que era una exageración.

—¿Lista?— me preguntó Homer.

Asentí.

Subimos al auto y solté un largo suspiro. Julieta pasó un brazo por mis hombros y Luchi festejó de verme así vestida ya que no acostumbraba a hacerlo después del nacimiento de Uriel.

—Hoy la rompemos amiga.— dijo Cazzu, mientras dejaba un beso en mi cachete.

—Pero, hay que portarse bien.— le respondió Tomás, alzando las cejas.

—Bueee, miralo al Cenfe pollerudo.— soltó Lucas riendo.

Había vuelto a ser él.

Comenzamos a tomar un poco dentro del auto, exceptuando a Tomás porque estaba manejando. Estacionó frente al boliche que tantos recuerdos me traía.

"—¿Estás sola? — preguntó el chico que hace minutos estaba con la chica rubia, lo reconocí como Hache.

—Sí...

Sonrió. —¿Y estás para divertirte, pero fuera de acá?"

Sentía hasta mariposas en el estómago.
El hombre con el que pensaba que iba a tener solamente una noche de sexo, seria el hombre de mi vida ahora.

Entramos al boliche mientras íbamos cantando, felices, hace mucho no salíamos entre todos porque después de convertirnos en padres –Julieta, Tomás, Lucas y yo– las cosas se nos complicaron.

Fuimos directamente al v.i.p donde nos empezaron a traer bebidas de todos los tipos. Patricia, Luchi, Julieta, Troca y yo terminamos perreando en el medio de la pista, mientras que Lucas nos miraba desde una esquina con una sonrisa.

Obvio que me gustaría provocarlo y que suceda lo que sucedió la primera noche, pero me haría la difícil, si él no me buscaba, yo no lo buscaría.

Comenzamos a tomar de a poco, mientras que nos entonábamos para empezar la joda. Poco después, sentí unas manos en mi cadera y sonreí. Esperaba que sea él y no cualquier pajero.

Al voltearme, era él.

Me sonrió bajo las luces que titilaban y chocó nuestras copas que contenían champán. —¿Te acordas de este lugar?— preguntó alzando la voz por la música fuerte.

—Sí, obvio que me acuerdo.

Dejó la copa sobre la mesa y me abrazó por la cintura, para comenzar a bailar conmigo. Pasé mis brazos por sus hombros, dándome cuenta que, todavía estaba perdidamente enamorada de él.

—Seguís igual de hermosa.— murmuró, escondiendo su cara en mi cuello, hasta poniéndose nervioso de besarme. —Te amo, lo sabías ¿No?

tardes grises | homer el mero meroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora