03.

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Nairobi.

Quise deshacerme de los pantalones del morocho pero me detuvo, estábamos al costado de la ruta, yo al menos esperaba tener sexo y después volver a olvidarlo por algunos días. —Hoy no quiero eso.— confesó, fruncí el ceño. —Aunque vos seas una diosa del sexo y se me pare con solo ver tu cuerpo un poco, hoy no quiero.


—¿Entonces? ¿tengo que cumplir algún fetiche? te digo, no chupo pies, ni anos.

Se rió. —Nada de eso, vení.— agarró mi mano y bajamos de su auto. —¿No está linda la noche?

—Sí.— contesté. —Pero, no sé si te acordás, mi trabajo es...

—A la mierda con tu trabajo hoy. — dijo saltando una cerca que decía "prohibido pasar" y extendió su mano para que la tome.

Dudosa, lo hice y con esfuerzo salté la cerca. Caminamos por un sendero lleno de pasto hasta llegar a unos juegos abandonados que constaban de un tobogán, una hamaca y una calesita que parecían en buenas condiciones. — ¿Porqué está cerrado si están en buenas condiciones? — pregunté confundida. — Debería estar abierto para los niños.


—No, en realidad, nadie sabe que está así. Yo me encargué de arreglarlo, antes también había una casita de madera grande que fue incendiada a propósito por unos... Pibitos.

Tosí levemente. —¿Qué? ¿cómo puede ser que hagan eso?

Se encogió de hombros. —Quizás, porque me odiaban y querían matarme; no sé.

—¿Sufrías bullying?

—Sí.— contestó sacando un cigarro de su campera de cuero. —De todo tipo, pero supongo que es el precio por no ser blanco.

—Lo siento...— susurré bajando la mirada. —No era mi intención hacerte acordar esas cosas.

Se sentó en el pasto y palpó a su lado.
—No pasa nada, vos no sabías.— sonrió levemente. —Por eso trabajo en esto, igual, esto no es la mitad de lo que tengo pensado hacer. El bullying sigue existiendo, nenes y adolescentes siguen suicidándose por el mismo motivo: capaz este lugar puede ser un escape a sus problemas, algo que yo nunca tuve.

—Es un hermoso detalle de tu parte.— comenté tirándome levemente hacia atrás.

Sonrió. —Gracias.— le dió una calada al pucho.

—Yo... también sufrí bullying.

—¿Y que podrían decirte a vos? si sos... perfecta.

—No, en realidad.— suspiré. —Fui, soy en realidad, muy diferente económicamente a los demás; lo sabrás por algo soy lo que soy.— me reí amargamente. —Entonces, de chiquita todos me tomaban como la pobre, la que no servía para nada... me apartaban, siempre.

Pasó su brazo por mis hombros y me sentí bien. —Tranquila, ya no pienses en eso.

___________

—¿¡Dónde estabas, Nairobi!?— exclamó Luchi cuando entré a su casa.

—En un lugar, perdón por no avisarles.

Pichu suspiró. —Sos una tonta.

Fuimos a su habitación y noté que faltaba alguien. —¿y Julieta?

Luciana alzó las cejas. —Tanto que se odiaban con Cerreo, seguro está en su habitación ahora.

Me reí. —Entonces es verdad, los que se odian, se aman...

Nos quedamos hablando hasta que se durmieron, aunque yo no podía conciliar el sueño recordando a Lucas. Él estaba dando vueltas en mi cabeza y hace solo una semana lo conocía ¿Qué me pasaba? Sólo soy su mujer de una noche.

¿Porqué me sentía importante?

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—Mira ma, tomate dos pastillas y si te sentís muy mal, te llevo al hospital.

Suspiró. —No hija, ahí seguro me van a decir muchas boludeces, que voy a morirme y no sé, no quiero.

Chasqueé la lengua. —No podes decir eso, vieja. Ahí lo único que quieren es lo mejor para vos.

—¿¡Morir es lo mejor para mí!? — gritó.

—Perdón...

Negó suspirando. —Perdón yo, hijita. solo estoy un poco alterada.

Asentí. —Te dejo sola, así descansas.

Salí de su habitación y me quedé en la cocina leyendo las facturas que llevaban de los servicios: Luz, gas, los remedios de mi mamá... Y miles de cosas más. Decidí alejar mis pensamientos de eso y salí al patio delantero a fumar. Cuando estaba ahí, una camioneta que yo reconocía bien. Homer bajó de ahí y al verme, sonrió.  —Buenas noches. — me saludó.

—¿Estás sola?

—No. — contesté caminando hacia él.
—Mi vieja está adentro.

—¿Vivís con ella?

—Sí.— respondí abriendo la reja.

—Bueno, ¿puedo robarte un rato?

Sonreí. —Está bien.

—Vamos a perdernos, hermosa.

tardes grises | homer el mero meroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora