28.

601 40 0
                                    

Nairobi.

Lucas le daba la mamadera a Uriel, mientras que este lo miraba concentrado mientras que a veces le sonreía por las muecas que hacia su papá.

A H le habían dado el alta hace un par de días, fue como algo milagroso que haya conocido a Uriel, lo impulsó a poner más voluntad en su rehabilitación y así, poder salir.

—Tenemos que irnos.— dije.

—¿Tan temprano?— preguntó. Uriel cerró sus ojos y, poco después, quedó dormido. —Se durmió.

Solté un suspiro. —Sí...

Lo acostó sobre el sillón y puso almohadones alrededor para que no le pase nada.

Nos quedamos en silencio. Ninguno sabia que decir. Ambos sentados en el piso, con la espalda apoyada en la pared, abrazándonos a nosotros mismos.

—¿Vos cómo estás? Porque, al final siempre terminamos hablando de mí...— dijo, mirándome. —El embarazo te sentó bien, estás hermosa.

—Que alago porque, a casi nadie le sienta bien el embarazo.— respondí riendo. —Y yo estoy bien. Uriel me da ese impulso que necesito cada día...

—Me gustaría haber estado ahí ¿Sabías, no? Y cada día me lamento más de no haber estado.

Mordí mi labio desde el interior, sentía debilitarme.

—Sí, lo sé. Sé que te gustaría haber estado ahí pero, tomaste otras decisiones.

—Y me arrepiento.— soltó. —¿Vos podrías perdonarme, algún día?

Me encogí de hombros. —Yo te perdoné todo el día que me enteré que iba a ser mamá. Sabía que debía dejar de ser dura con vos porque tu vida y la mía cambiarían. Y... Nada, ya está. Lo que pasó, ya pasó y queda en el pasado. De ahora en adelante quiero pensar en el futuro mío y de mi hijo.

—¿Entonces... Estamos bien?

Sonreí levemente.

Me lastimaba saber todo lo que sucedió, como, en parte, se cagó en nosotros y se fue a hacer el malandro con esos pibes pero, no podría acusarlo con eso toda la vida.

—Sí...

Dejó un beso en mi mejilla, aunque sabia que quería besarme y yo, quería besarlo a él. Pero la parte racional de mi me lo negaba.

Lucas.

Miraba a Nairobi dormir abrazada a Uriel en mi cama. Era una gran mamá, y yo, un pésimo papá. Sonreí. Al menos, me había sacado la lotería con esa mujer.
Cerré la puerta, no quería incomodarla porque sabia que lo hacía.

Tomé un par de cigarrillos y me senté en el patio delantero. Debia pensar que sería de mi vida de ahora en adelante. No estaba solamente yo, ahora. Tenía un pequeño ser que dependía de mí. Y yo sentía que dependía de Nairobi.

Tomás: Hermano, estás?

Lucas: Sí, que pasó?

Tomás: Vamos a salir de joda con los pibes.
La mamá de Julieta se anotó para cuidar a los bebés.
Decile a Nairobi que se prepare, y preparate vos también.
Esta noche fíjate si podes reconciliarte con Nai.

Lucas: No sé si va a querer ir
pero le pregunto.

Tomás: Estamos ahí en veinte.

Entré a la casa, y Nairobi ya estaba despierta.

—Las chicas ya me hablaron.— dijo.
—¿Vos vas a ir?

—Si vas vos, sí.— respondí.

—Sí, vayamos.— sonrió. —Hace mucho no salgo y no siempre se presentan estas oportunidades.

Sonreí también.

Esta noche, trataría de recuperarla.





tardes grises | homer el mero meroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora