04.

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Lucas.

—Tenés...— rió. —Crema, en casi toda la cara.— completó agarrando una servilleta para limpiarme. —Sos un nene comiendo.

—Uh, sí. — dije un poco avergonzado.

Nuestra noche consistía en estar sentados fuera de una heladería, compartiendo uno mientras que reíamos de las estupideces que se nos ocurrían.

¿Sabías qué?— preguntó de la nada.


—¿Qué?

—Ningún chico me había sacado a comer helado, bah, nunca tuve algo así, como así decirlo; una cita.

Asentí. —Yo tampoco.

me empujó levemente riendo. —No mientas.

—Bueno, en realidad si he sacado a mis mujeres a tomar helado, pero ninguna se merecía mi atención.

—¿Corazón roto? — preguntó alzando la ceja.

—Y muchas decepciones.

—Nunca me enamoré, si no, te diría que yo igual.

—¿Nunca? — pregunté estupefacto.

asintió. —Jamás.

—Hasta ahora.

—¿Y porqué?

—Porque vos te vas a enamorar de mí.

Sonrió. —¿Tan seguro estás?

—Sí.— sus ojos fueron hasta mis labios y no me resistí a besarla.

Nairobi.

Comenzamos a besarnos de manera desesperada, hasta que sentí como apretó mi pierna y sabía hasta donde queria llegar. Caminamos hasta ma camioneta, donde él me acostó en la parte de atrás. Por suerte, en la calle no había nadie.

(+18)

Desabotonó mi jean y lo bajó hasta mis rodillas, mientras que yo saqué mi remera. Bajo esta, no traía corpiño así que no se le complicó demasiado llevar uno de mis pechos a su boca. Cuando lo hizo, lo agarré del pelo para que continúe haciéndolo.

Le saqué su remera y dejé varios besos en su pecho. —Qué hermosa sos, Naiorobi. — susurró contra mis labios.

Entró por completo en la camioneta y cerró la puerta detrás de él. Bajó mi tanga y dejó un cendero de besos hasta llegar a mi vagina, donde lamió y succionó haciéndome desesperar. Con mis pies me esforzaba hasta bajar su bóxer, y cuando quedó desnudo, toqué su pene.

—No te desesperes. — habló de nuevo.

Agarró mi cadera y me acercó hacia él, palpó el bolsillo de su pantalón buscando un preservativo, cuando lo tuvo colocado, de una estocada se introdució en mí.

Me tuve que agarrar de la manija de la puerta para poder seguir sus movimientos. —Más rápido, Lucas.— pedí con los ojos cerrados.

—Mami...— susurró moviéndose aún más rápido, apretó una de mis tetas con su mano mientras que con la otra agarraba mi cadera.

Llevó su dedo índice a mi clítoris para comenzar a hacer círculos sobre él, mientras que yo movía mi pelvis al ritmo de sus movimientos para conseguir más fricción. —Ah...— gemí. —¡Lucas, ah!

Los gemidos y los choques de nuestras pieles era lo único que se escuchaba en un espacio tan reducido como la parte trasera de su auto. El calor era evidente, estaba transpirada y él también.

Hasta que sentí los primeros espasmos invadirme, pude sentir como él se aferraba más a mi cadera, con mucha fuerza. Yo llegué al órgano, pero él siguió moviéndose hasta llegar minutos después. Su cuerpo quedó sobre el mío, mientras que intentábamos regular nuestras respiraciones.

(+18)

—Sos hermosa. — murmuró. —Lo hacés hermoso, a nadie cojo con tanto entusiasmo como a vos.

Mi corazón latió tan rápido que pensé que se saldría de mi pecho. —Lucas...

—Si, perdón si te incomodé; es
que...— se separó levemente de mí.

—No pasa nada.— entrelacé nuestras manos.

Me miró a los ojos. —Siento que somos dos personas completamente iguales, Nairobi, ¿Dónde estuviste toda mi vida?

Junté nuestras bocas sin hallar respuesta para su pregunta. Sentía lo mismo por él. Sentía que éramos dos almas conectadas y apenas lo conocía hace dias. Todos esos sentimientos inexplicables que me producía, me aterraban.

Pero lo disfrutaba también. Disfrutaba estar con Lucas Giménez y esperaba disfrutarlo durante los siguientes días.

Hasta que todo el cuento se termine, porque un hombre como él nunca se enamoraría de una chica como yo.

tardes grises | homer el mero meroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora