Nairobi.
—¿Cuántos años tenés?— preguntó el morocho cuando ingresamos a su departamento, era algo grande y lujoso.
—Veinte.— contesté.
No estaba en mi mejor momento y no quería estar ahí.
—Yo tengo veinticinco.— asentí. —¿Es tu primera vez en esto?
Me ofreció champagne y negué. —Sí, es mi primera vez en esto y mi amiga me insistió, así que perdón si no actuó como las otras chicas, es que...
—No, está bien.— sonrió. —Creo que se siente bien ser el primero que pruebe a una...
—Una puta principiante.— completé su oración.
Suspiró, se acercó a mí y me miró a los ojos. —¿Vos en serio querés hacer esto?
—Las putas no deciden, aparte, necesito el dinero.
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Asintió y dirigió su vista hacia mi escote que estaba bastante pronunciado, solté un suspiro y agarré su rostro para que me mire, de una vez por todas uní nuestras bocas y el calor se iba haciendo presente.
Algo de una noche.
Él me olvidaría, yo también.
—Vamos al cuarto.— murmuró.
El morocho me alzó y me llevó hasta donde dijo, dejándome sobre su cama, desde su habitación tenia vista a la ciudad y debía admitir que era perfecto. La experiencia hubiese sido perfecta sin en realidad tendría que intimar con alguien que me quería, sin dinero de por medio.
Comenzó por bajar mi pollera, mientras que yo sacaba mi top. Cuando me vió desnuda, relamió sus labios y sacó su pantalón. Volvimos a besarnos mientras en un cajón de al lado de su cama buscaba un preservativo. Se separó un poco para ponérselo, yo cambié de posición dejándolo abajo de mí y sonrió ante mi acción.
Me posicioné sobre su pene y bajé, comenzando a saltar sintiendo como me llenaba por dentro. Sus ojos no paraban de examinar mi cuerpo y me ponía hasta un poco nerviosa.
—Más rápido, hermosa...— susurró con la voz ronca entre gemidos.
Aceleré mis movimientos, uno que otro gemido se me escapaba aún intentando retenerlos. Estuvimos así por diez minutos hasta que acabamos, él quedó acostado a mi lado y yo sentada dándole la espalda.
(+18) ⚠
—Ya me tengo que ir.— avisé, levantándome.
—Te puedo llevar mañana, bombón.
—No le prometí a mi mamá...— me arrepentí de mis palabras al instante.
—Perdón, me tengo que ir, dame lo mío y ya no te molesto.Suspiró, empecé a vestirme y él también, me acompañó hasta la salida y cuando esperaba que me pague, señaló con su mirada a su auto. —Vamos, te voy a llevar, no te vas a ir sola.
—No, tranquilo, en serio...
—No es una pregunta, es una orden, subite al auto que te llevo.
Bufé y seguí su "orden." Le indiqué donde era mi casa y en el trayecto, nos mantuvimos en silencio. Cuando llegamos, me extendió cinco mil pesos y fruncí el ceño. —Fueron solo dos horas, son mil pesos nada más...
—Aceptalo.— lo agarré con desconfianza. —Buenas noches.
—Gracias. — susurré bajándome, pero antes, me agarró del brazo.
—Eso sí; espero volver a verte.
Le regalé una leve sonrisa y caminé hasta la puerta de mi casa. No entendía muy bien que pasaba, pero, me había gustado.
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—Te llevo de puta y encima te conseguís un sugar daddy. ¡Yo hace dos años estoy metida en esto y no me consigo
nada!— exclamó Luciana.—¿Qué decís? No me conseguí nada, no lo voy a volver a ver nunca.
—Claro, eso decís por ahora.— respondió Pichu.
—Cállate, Patricia.— dije, rodando los ojos.
—¿Y vos? ¿Con quien estuviste
anoche?— le preguntó Julieta a Luchi.—Con Cerreo, ese pibe me garcha tan bien que le prometo que no me ame.
Me reí. —Sos una tarada.
—Esta tarada consiguió que tengas cinco mil pesos en solo una noche, trola. Aparte, mañana volvemos. y ustedes se la van a perder si no vienen con nosotras.
Cazzu puso los ojos en blanco.
—¡Está bien, te acompañamos! Pero a la primera que alguien se zarpe conmigo, le vuelo los dientes de una piña.—Está bien, agresiva.
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—Ya no me gusta.— habló Julieta entrando al lugar. —Se siente hasta el olor a cheto ¡Ustedes me traen a un lugar de chetos! La re concha de la lora, no tendría que haber venido, encima tengo la tanga que se me encarna y me duele hasta el apellido, Dios.
Empecé a reírme. —Calmate, basta.
Pichu asintió. — Sí, deshacete de tu turrez al menos por unas horas y de tu tanga, también.
Rodó los ojos y caminamos hasta el vip del otro día, donde había mucha más gente. La mano de Julieta apretó la mía haciéndome saber que no quería estar ahí, hasta que Cerreo se nos acercó y su semblante cambió completamente.
—¿Vos...?— dijo él, estupefacto.
—¿Se conocen?— pregunté.
—Si, me quiso robar.— respondió C.r.o, mirándola mal.
—Bueno wachin, los problemas de la calle se quedan en la calle, no me ventas con berretines acá.
—Ahora veo porque el dicho que dicen de que: "aunque la mona se vista de seda, mona queda"— dijo mirándola de arriba a abajo, Cazzu tenía puesto un vestido color rojo ajustado, nada de su estilo, aunque le quedaba divino. —Volvé a tu barrio, turrita.
Julieta lo empujó. —¡Vos no me hablas así! ¿¡me escuchaste!? ¿¡Quién te crees que sos!?
—Comportate.— le dijo Luchi. —Nos van a sacar y lo peor es que no nos van a dar un peso, vamos al baño, ¿dale?
Cazzu asintió y desaparecieron de nuestra vista. —Perdón es medio... impulsiva.
Este negó y se fue también. Me quedé tomando un trago sola ya que Pichu ya había conseguido compañía. Hasta que escuché su voz ronca cerca de mi oreja:
—Viniste, reina.
Mi piel se erizó y pensé: ¿Porqué quería buscarme siempre a mí?
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tardes grises | homer el mero mero
RomanceSigo encerrado dando golpes contra la pared.