Nairobi.
—¿Él es Uriel?— preguntó, levantándose de la silla.
—Sí.— respondí.
Extendió sus brazos con una sonrisa y ojos llorosos. Yo dudé, pero se lo di.
Uriel no entendía lo que pasaba. Pero, no se notaba molesto ante aquella situación.—Bebito...— murmuró el morocho. —Soy papá.— extendió su mano y Uriel apoyó la suya sobre la de él. —Papá...
—Pa... Pa...— dijo mi hijo.
Sentí que me ahogaba con mi propia saliva.
Nunca había dicho mamá y ahora mágicamente decia papá.
Me sentí hasta ofendida.
—Me dijo papá.— soltó Lucas sorprendido. —Me dijo papá.
Asentí sintiendo como comenzaba a llorar yo. No podía soportarlo. Era demasiado para mí. Uriel estaba contento, se le notaba. Reía por las cosas que le hacía su padre, quien estaba igual de contento.
Nos quedamos ahí casi toda la tarde.
Gimenez menor después no quería ni irse. Había creado un lazo con su papá en menos de seis horas.
—Vamos a volver, Uri.— le dije. —Ahora, decile chau.— mi hijo se escondió en mi cuello mientras que seguía llorando. Yo acaricié su espalda. —Voy a ver como es el tema de los horarios y cuando tenga libre, vengo.— le informé a Lucas.
—Sí... ¿Podrás venir algún día sola?
Tragué saliva. Era obvio que eso pasaría, necesitábamos tiempo para los dos.
—Sí, sí.— respondí.—Chau, hijo.— le dejó un fugaz beso en la sien. —Chau, Nai.
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—Estaba feliz.— le contaba a mi mejor amiga. —Quizás eso necesitaba... Tenerlo cerca.
Criar a Uriel no era tarea fácil. Había días que no lo entendía y sabia que lo único que necesitaba eran los brazos de su papá pero, él no estaba presente.
—Me alegro que hayan podido verse, amiga.— soltó Julieta. —¿Cuándo vas a ir sola?
—Lo mismo me pidió él.— dije. —No sé si quiero ir sola. No sé, me da cosa.
—Pero, en algún momento van a tener que hablar...
—Sí, ya sé.
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Tres semanas después.
Caminé por el pasillo hasta llegar a la puerta de Lucas. Solté un suspiro.
Toqué la puerta y nadie me abrió, así que decidí abrirla yo.—¿Hola?— hablé. —Lucas.
—Nairobi.— dijo, mientras que se levantaba de la cama. —Viniste.
—Sí. Traje café y medialunas.
—Gracias.— respondió. —¿Uriel cómo está?
—Bien, se quedó con Tomás y Julieta.
—Al fin son novios esos.— dijo, riendo levemente.
—Sí, al fin.— me senté sobre un sillón y dejé los cafés y las medialunas en una mesita. —¿Cómo estás?
—Bien... Después de conocer a Uriel y verte a vos, me renové. Te necesitaba. Sentí que, no sé, me dejaste sólo.
—Lucas...
—No, Nairobi, ahora quiero hablar yo. ¿Sabes lo difícil que fue para mí levantarme de la cama y notar que vos no venías a verme ni por casualidad? Estar sólo, porque aunque tuviera a mis amigos, estaba sólo.
—Estabas sólo porque yo estaba ocupada en casa criando a nuestro hijo.— lo interrumpí. —Yo también estaba sola. Y no te olvides que vos elegiste esto. Nadie te obligó a que vayas a pelearte con los pelotudos esos. Mientras vos ibas a hacerte el vengador, yo estaba por parir a NUESTRO hijo.— solté enojada. —Así que ahora, no vengas con acusaciones de las cuales no tenés derecho hacer.
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tardes grises | homer el mero mero
RomanceSigo encerrado dando golpes contra la pared.