24.

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Nairobi.

—Uriel quiere nacer ya.— le dijo Julieta a Tomás, estaban hablando por teléfono.
—Si, tarado, estamos yendo al hospital. Y si H sigue consciente decile que es un pelotudo.

Me reí levemente hasta que una puntada que me hizo temblar. Cuando llegamos al hospital, varios médicos me ayudaron a bajar hasta subirme en una camilla e ingresarme a una habitación.

No sabia que tenia que hacer, pero si sabia que no quería estar sola y aunque prácticamente no lo estaba porque tenia a todos mis amigos, no estaba él.

Hace tiempo que no estaba él.

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—Ay, es una mierdita.— dijo Troca mientras lo sostenía en brazos a su sobrino.

Sonreí. —¿Viste? Es re chiquito...

Cerreo entró por la puerta y la cerró despacio, mientras sonreía a boca cerrada. —Hola...— saludó, él sabia que la había cagado al igual que Homer.
—Hola Uriel...— se acercó a Troca. —¿Lo puedo tener?

—Ponete alcohol.— indicó Julieta.

Acató su orden y lo agarró suave, mientras lo mecía entre sus brazos.
Después de un rato de silencio, hablé; —¿Y Lucas, como está?

—Bien...— negó. —En realidad no. Osea, está estable, pero los doctores dieron el diagnóstico que lo más probable es que sea inducido en coma. No se sabe por cuanto. Pueden ser días, meses o años.

Suspiré. —Dios...

—Y... También... Puede, en el peor de los casos...— cerró su boca, sin continuar lo que tenía para decir.

—Morir.— completé. —Lucas se puede morir.— lo miré a los ojos, este asintió.
—¿Era muy necesario, Tomás? ¿No podías hacerlo entrar en razón?

—Eso intenté, Nairobi.— dejó al bebé en la cuna. —Pero, él no quiso escucharme. Y H ya es grande, no es un nene, no va a hacerme caso por más que se lo pida de rodillas.

—Un buen amigo saca de las cosas malas al otro.— opinó Troca. —Vos sos el único que hace entrar en razón a Lucas siempre, si no, él ya se hubiese llevado toda su vida por delante... ¿Y no podrías haberle dicho "No, Lucas, acordate que tenés una mujer y un hijo en camino"? El problema que tienen ustedes es que no les gusta perder la dignidad, Cenfe. Hay que aprender que a veces se pierde y no siempre se queda bien parado. Nosotros sabemos quienes somos. Y si ellos piensan que somos unos cagones, me chupa un huevo, prefiero eso antes de que tener a la mitad de mi familia por una pelea del orto.

Todos se quedaron en silencio. Troca tenía mucha razón. Por fuera parecía siendo el mismo chico cómico y todo, pero por dentro estaba destruido. Y es lógico, cada uno de nosotros lo estaba, la incertidumbre de que puede pasar con Lucas duele.

—Dejemos descansar a Nairobi.— dijo Luchi. —Vamos... Necesita tiempo para ella.

—Gracias, chicos.— traté de sonreírles, pero eso me era imposible después de un momento tan tenso. Ellos se fueron y Uriel comenzó a lloriquear, así que lo agarré y lo coloqué sobre mi pecho. 
—Sos tan hermoso, Uri...— dejé un beso en su frente. —Nunca te va a faltar nada a vos. Ni tu papá. Él va a estar con vos pronto.

tardes grises | homer el mero meroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora