26.

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Nairobi.

Un año después.

—Sí, dale, Uriel, tenés que comer la papilla.— le dije a mi hijo mientras llevaba la cuchara a su boca. —Dale amor, está rica.— él cerró su boquita con más fuerza. Rodé los ojos. —Bueno, entonces... Se lo doy a Manuel.— señalé al bebé que dormía tranquilo en su coche.

Uriel abrió la boca grande y pude darle de comer la bendita papilla. Me reí fuerte. Él odiaba compartir, más si se trataba de su primo, odiaba que le haya robado su trono de sobrino preferido.

—Ay, al fin se durmió.— dijo Julieta, entrando a la cocina. —¿Está rica?— le preguntó a su ahijado.

—¡No!— gritó Uri. —¡No, no, no!

Rodé los ojos.

Luego de un año, no me sentía tan sola, menos desde que Julieta haya quedado embarazada unos meses después de que nació Uriel.

—Ayer Tomi fue al hospital.— me informó. —Lucas está mucho mejor...

Lucas había despertado hace dos meses, y por lo que me informaban, él no entendía muy bien lo que pasaba a su alrededor. Había olvidado como caminar, hasta como se llamaba. Y era lógico, estuvo mucho tiempo en coma. Poco a poco, se iba a recuperando.

—Que bueno.— solté.

Quería ir a verlo, pero otra parte de mi me lo prohibía por todo el daño que me causó.

—¿Vas a ir a verlo en algún momento?— me preguntó.

—No sé ¿Vos decís que vaya?

Asintió.

—Él quiere que vayas.

—¿E ir con Uri?

Sonrió y se encogió de hombros. —Lo haría feliz conocerlo. Pero como vos quieras.

Suspiré. —Voy a pensarlo.

____________

Agarré a upa a Uriel.

—Dame, yo te llevo al barderito.— dijo Tomás, mientras extendía sus manos.
Se lo entregué y colgué mi bolso al hombro, salir con Uriel siempre era un trámite. —¿Estás segura, no?

—Sí, ya no hay tiempo para tirarse para atrás.— contesté.

Nos subimos a su auto. El novio de mi hermana del corazón me llevaria al hospital para ver al padre de mi hijo.

¿Estaba nerviosa?

Sí.

¿Quería arrepentirme?

Quizás también.

Cuando llegamos al hospital, él calmó a Uriel porque siempre lloraba cuando íbamos ahí, le recordaba a las veces que venimos a ponerle las vacunas.

—Ay, amor, no te va a pasar nada.— le dije, mientras que Tomás me lo entregaba.

—La habitación doce es la suya, en rehabilitación.

Asentí. Caminé hasta recepción y aunque me dijeron que Uriel no podía entrar conmigo, insistí tanto que me dejaron.

Una doctora me acompañó hasta la puerta.

—Sí pasa algo, apreten el botón de pánico y listo.— me indicó.

—Está bien.— respondí.

Solté un largo suspiro.

Abrí la puerta despacio, mientras que Uriel babeaba su juguete y soltaba risitas.

Lucas estaba sentado de espaldas, mirando por la ventana.

—Hola...— murmuré. Él no volteó. —¿Lucas?

Me miró. Y casi palideció. Casi se desmayó. No sé. Algo pasó que su semblante cambió y no sabía si era por mí, o por Uri.

—Hola, Nairobi.

tardes grises | homer el mero meroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora