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[ "Maravillosamente etérea como los tiernos pétalos de una rosa roja. Dañina y nociva como las crueles espinas". ]

Asesina

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Asesina.

Aquella palabra me perfora el cerebro mientras mantengo el mentón en alto y vislumbro el cuerpo de la Aylén sin vida a mis pies.

Asesina...

El eco de aquella palabra solo me confirma que en menos de un minuto me convertí en una maldita homicida.

Mis manos descienden, mi sangre baja su revolución dejando de hervir a toda potencia y mi corazón emprende un rumbo normal. La he matado. He matado a la Aylén y nada en mi sistema me ahoga. Nada me acribilla, y nada me come la consciencia.

No me reconozco. Por un instante no me conozco a mí misma.

¿Quién demonios soy?

Levanto la vista. Los cuerpos me rodean. Todos los hombres que acompañaban al Omar y a la Aylén están muertos. Su sangre derramada y sus cuerpos desperdigados sobre el suelo.

Una maldita carnicería...

Mis ojos barren la imagen de la mujer que he matado y me doy cuenta que ya no hay balas, no hay gritos, no hay alboroto... todos me observan. La Catalina, el Felipe y los hombres que los resguardan. Mi recorrido se detiene en el hombre herido y amoratado que yace de rodillas en suelo viendo directamente el cuerpo que permanece a mis pies, mientras la Catalina le apunta en la nuca y el Felipe le amarra las manos. El Omar se encuentra completamente mudo y ausente. En shock.

¿Ya no es tan valiente? El pensamiento me llena de una satisfacción enferma y debo resistir el impulso de restregárselo en la cara.

—¡Queda uno vivo! —el grito de alguien me hace concentrarme en el único hombre vivo sobre el piso. Su arma se alza en mi dirección, pero antes siquiera de poder dispararme una bala directo en su cabeza le hace caer.

Entonces, me giro y lo veo. Cubierto de sangre, magullado y amoratado. El Matías ha matado al hombre en menos de una fracción de segundo, y su mirada me recorre.

La sangre se me aliviana, un peso de cinco mil lágrimas y gritos en bruto se va de mis hombros, y de la misma manera en que él lo hace conmigo, solo tengo ojos para su persona.

Hay sangre en su labio, moratones rojos en su pómulo y una fea herida está abierta junto a su cuello. No obstante, nada me alivia más que su imagen. En dos zancadas recorro los centímetros que nos separan y lo envuelvo en mis brazos. Jadeo al sentirlo vivo contra mis manos.

—Estas aquí... —mi voz sale entrecortada. —Estas aquí...

El aroma intenso de la sangre mezclado con su perfume sube por mis fosas nasales. Cierro los ojos cuando me aprieta con el mismo agradecimiento mudo que me recorre el cuerpo.

UN HUEÓN PELIGROSO (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora