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Creí haber amado un milagro, pero resultó ser... que estaba condenado amando el infierno

 que estaba condenado amando el infierno 》

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Corrí con todas mis fuerzas. Nunca en mi puta vida había corrido tanto y eso que la huea no era ni por una nota.

Las piernas me dolían, tenía la garganta más seca que mi abuela en abstinencia y mis pulmones protestaban tanto que temí que se salieran de mi cuerpo.

Llegué a mi apartamento y pasé corriendo la recepción hasta dar con el ascensor. Sentí al guardia de la entrada ahogar una risa debido a que casi me estampo contra las puertas, pero no le di demasiada importancia. Presioné los botones con impaciencia, esperando que la puta mierda volará como el de Willy Wonka. Necesitaba sentirme segura y analizar toda la meca que acababa de pisar.

Una vez en mi piso casi tiré la puerta de mi hogar. Ni siquiera me sorprendí al ver a la Karina con el Andrés en mi sillón favorito. Ella me miro con los ojos como platos. Se encontraba con los senos al aire y el culiao insoportable tenía los pantalones abajo mientras se movía sobre el cuerpo de mi prima. Su culo era feo. Pero no importaba ahora. Más tarde, podría reírme de eso.

—Mierda, Samy. Perdón —gritó ella, más roja que una pancora y tapándose los pechos. El Andrés no le dio tanta importancia, se subió los pantalones sentándose recto y alzando una ceja en mi dirección, como diciendo: "¿Es que nunca viste un culo y un par de tetas?" En mi defensa, diría que los del porno son mucho mejor, pero me mantuve en silencio. —Pensé que llegarías más tarde.

—Solo no dejen semen en mi sillón.
—fue la única huea que atine a decir y avance a grandes zancadas hasta mi pieza. Cerré la puerta con fuerza y cubrí mi puño con mi palma sana.

¡Ay, conchetumare!

Los nudillos me ardían y toda la carne me punzaba. Nunca en mi vida había mandado un combo tan fuerte y esté casi me cuesta la mano.

—Por la mierda —solloce levantándola para mirarme la zona. Toda la piel superior estaba roja e hinchada. Probablemente preparándose para tornarse morada.

Necesitaba algo para quitarme el jodido dolor.

Abandoné mi pieza dando largos pasos hacía a la cocina, importándome nada la escena que se montó mi prima con su pololo. La descubrí en la puerta echándolo entre risas. Él de mala gana salió.

Busqué una bolsa de verduras congeladas en el refri y me la puse en la mano. El frío me caló hondo, di un saltito.

—¿Qué mierda te pasó en la mano?
—preguntó la Karina, acercándose a mí.

UN HUEÓN PELIGROSO (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora