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Estaba loca

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Estaba loca. Oficialmente, me declaraba loca. ¿Cuántas veces mi mamá me botó cuando chica? Porque debí darme duro contra el cemento para haber articulado la huea que acababa de soltar.

Las manos me estaban tiritando, mi pulso estaba desatado y podría jurar que sudor frío me recorría todo el cuerpo.

Los hueones me estaban mirando alertas. Confundidos. Amenazadores.

Jadeé, observándolos. Uno de ellos estaba completamente rapado, mientras que el otro -el que mantenía sujetado al cabro de cabello cobrizo-, era de contextura rechoncha y tenía el pelo en una coleta baja.

Estaba hecho. Si moría, tenía un lugar en el cielo por valiente.

¿Cierto, Diosito?

¿Señor?...

¿Aló?

Tragué con fuerza e intenté no flaquear, apesar de que era una gelatina en estos momentos.

—No le peguen, hueón —exclamé.

—¿Qué mierda haces viendo detrás de las paredes, niñita? ¿No te enseñaron a irte derechito a tu casa? —habló, el rapado.

Mis manos se hicieron puños cuando se acercó. Mierda, tenía que recordar las clases de defensa que me dio mi viejo. No dejes de mirarlo. Busca un punto débil. Mira sus piernas, su pose. Conchetumare. No podía recordar. Mi puta mente estaba en blanco por el miedo.

—¿Y a ti no te enseñaron a no maltratar a la gente, bruto culiao? —chillé, con los dientes apretados. Por el rabillo del ojo, capte al cabro sonriendo con burla mientras el otro maltratador lo sostenía con fuerza.

El hueón que me hablaba, se enfureció. Antes de poder procesarlo, se abalanzó sobre mí. Grité, intentando correr. Fui rápida esquivándolo y él casi cae hacía adelante. Aproveche de darle una patada en las rodillas y quería tirarle el pelo cuando sujeto mis caderas dándome la vuelta e inmovilizándome con una llave contra su pecho. ¡Mierda! Mi brazo dolía como el infierno. Me lo estaba tirando con fuerza y chille por la quemazón.

—¡Culiao cobarde! —me zarandee, pero fue peor. Mi brazo más se estiraba y más dolía.

Fui tan hueona. Era obvio que sabía inmovilizar. Tenía el puto curso de guardia de seguridad. ¿Cómo iba a luchar? El culiao probablemente pesaba el doble que yo y me superaba por más de media cabeza.

—¿Y ahora que cresta hacemos con ella? El jefe nos va a cortar las pelotas por esta mierda —comentó, el del pelo largo.

—Voy hacer más que cortarte las pelotas sino la sueltas ahora, hueón.
—exclamó, una voz conocida.

Casi lloré de alivio cuando vi al Matías de pie detrás de nosotros. Lucía furioso. Su mandíbula estaba apretada y miraba al hueón que me sujetaba como si quisiera matarlo. El guardia me soltó. Sin embargo, el otro seguía reteniendo al cabro que se zarandeaba una y otra vez.

UN HUEÓN PELIGROSO (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora